lunes, 23 de marzo de 2009

The visitor

Apostar por la sencillez es un riesgo importante: tan pronto puede llevar la película al terreno de la intensidad más desnuda como puede hundirla en la nadería absoluta. The visitor es un film sencillo que fluctúa entre los dos extremos: la fuerza de lo minimalista y la vacuidad de lo simple. Cuando el director y guionista se centra en la figura de un profesor viudo que vive empantanado en su autoimpuesta rutina solitaria, The visitor vibra de manera esplendorosa y conecta con la fibra íntima del espectador. Fundamental en este aspecto es el trabajo de Richard Jenkins, que recupera de manera efectiva ese silencio de humor agridulce que patentó Buster Keaton y que tanto provecho le sacó Bill Murray en Lost in translation. El retrato de ese mundo patéticamente vulgar al que se condena el protagonista es de una contundencia absoluta y, cuando se resquebraja con la aparición fortuita de dos inmigrantes ilegales que han ocupado su apartamento de Nueva York, se resquebraja de manera creíble... hasta que el apunte político de progre de salón acaba haciendo su aparición para, supuestamente, poner los puntos sobre las íes.

Cosa que no ocurre. Cuando The visitor interfiere la relación humana de los personajes con el eslogan de ONG, lejos de enriquecer esa relación humana, la rebaja y degrada hasta esos niveles de buenrollismo simplista con el que el primer mundo se autocrítica por sus políticas de inmigración. Las acotaciones que el film realiza sobre la política yanqui post-11S son tan superficiales como falsamente didácticas. Y por ello, cuando contaminan la bien tramada relación entre personas diferentes que encuentran un punto emocional de encuentro (en este caso, la música), todo da un giro peligrosamente aséptico y tramposo. Y es que se nota que la parte "política" del argumento es pura gaseosa para consumo interno, una mirada muy poco valiente que convierte a los sinpapeles en poco menos que pijos exiliados que hacen collares en encantadores mercados callejeros y tocan jazz de fusión en locales muy in. Todo es, en definitiva, una mirada muy limpia y pulidita a un problema complejo y feo que, en The visitor, nadie parece mirar a la cara si no viene con su cara bien maquillada.

Para decir lo que dice sobre el tema, quizás hubiese sido mejor obviarlo. La cuestión, de querer tratarse, hubiese demandado más tiempo, más profundidad y menos planos de mamás con niño visitando a sus papás recluidos. Que ellos también son personas ya lo sabemos y, por este lado, la obvia sencillez del discurso de The visitor fracasa absolutamente. El progresismo político del film es, por tanto, inútil; su calado moral, en cambio, resulta emocionante: sin grandes frases, con medida sencillez, The visitor nos acerca al hombre solo que un día descubre que hay más gente en el mundo. Y esa idea, no por sencilla, es mucho más radical y está infinitamente mejor trabajada que ese intento de "crítica" ideológica peligrosamente anclada en lo inofensivo de sus recursos discursivos y estéticos (ese vergonzoso plano de la bandera de los EEUU que se va volviendo más y más borrosa. ¡Toma metáfora!).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fuimos a verla el finde pasado y coincidimos absolutamente contigo. Acabamos hablando de música, que es lo que nos gustó antes de que empezara la peli y también durante. Que aprendiera a tocar daba para mucho más que el jugo que le sacaron. Se empantanaron, sí.

Anónimo dijo...

Te gusta el cine? lo entiendes?