miércoles, 18 de marzo de 2009

Los abrazos rotos


Cinco motivos para verla

1. Por apabullante.
Es difícil no sentirse desbordado por la que sin duda es la película más condensada, polisémica y elaborada de Almodóvar. Aquí, más que nunca, el director apela a lo emocional y se plantea la narración de manera acumulativa: cada plano es un universo complejo en sí mismo que, consecuentemente, puede disfrutarse por separado pese a formar parte de un todo, como ocurre con los pedazos de fotos rotas que aparecen en el film. Los abrazos rotos es, en realidad, un collage que encuentra su sentido no tanto en el orden "lógico" de sus elementos como en la suma intuitiva de los mismos. La propuesta es arriesgada porque amenaza en algunos momentos con la dispersión y la bajada de ritmo, pero es tan generosa con el espectador que nunca, pese al continuo bombardeo de sensaciones estéticas en estado puro, comete el error de saturarlo ni cansarlo. Al contrario, Los abrazos rotos es un film intrigante, no tanto por su trama de regusto noir como por su condición de obra artística que se ofrece continuamente al espectador para ser interrogada por él. Consecuentemente (y como ocurre con el tramo final de la filmografía almodovariana), Los abrazos rotos impacta en un primer contacto, pero se despliega y se reescribe en sucesivos visionados.










2. Por estética.
Aunque Los abrazos rotos tiene una evidente deuda con el universo cinematográfico, conviene no perder de vista su carácter pictórico: como decíamos, su estructura es el collage y su relación con el espectador apela más a las reflexiones nacidas de la contemplación sensorial que a la lógica de lo puramente argumental. A ello cabe añadir la excelente utilización de cuadros que, lejos de la simple cita culturalista, se convierten en elementos imprescindibles para dotar a los espacios de atmósferas emocionales determinadas: frías y afiladas (con obras del último Warhol), barrocas y asfixiantes (ese gigantesco bodegón en la casa de José Luis Gómez), o surrealistamente inquietantes (Magritte).



3. Por cinéfila.
Al hilo de lo anterior, y ya moviéndose entre dos aguas (la pintura y el cine), se inscribe la magnífica fotografía de Rodrigo Prieto. Un trabajo denso, para nada manierista pese a tener como función, precisamente, no ocultar su artificiosidad. Porque en Los abrazos rotos cada encuadre, cada sombra y cada color no se escogen con la intención de reproducir la realidad, sino con la idea de mostrarnos su reformulación cinematográfica. Aquí, el cine no imita a la vida, es la vida la que imita al cine: la gente cae por las escaleras "como en las películas", según dice uno de los personajes. Y no es casual que la actriz Lena (Penélope Cruz), cuando pasa frente al plató que reproduce una sala de estar, comente a su acompañante: "Yo vivo aquí". ¿Se refiere al personaje en el que está trabajando o, en el fondo, a ella misma? Es éste un interesante juego de espejos que, afortunadamente, no convierte el recurso del cine dentro del cine en un simple ejercicio autorreferencial. En Los abrazos rotos se va más allá: lo que explica no podía explicarse de otro modo que no fuese del modo cómo lo explica el cine. Y de ahí el alto voltaje emocional y estético de Los abrazos rotos, que no es cine sobre cine, sino cine. A secas.

4. Por imperfecta.
De su complejidad nacen curiosamente algunas de sus imperfecciones, como determinadas fugas argumentales que se abren y cierran de manera algo caprichosa. Parece como si Almodóvar no quisiese dejarse llevar por lo torrencial de su propuesta y, de vez en cuando, pusiese el freno para revisar y reordenar lo que nos va proponiendo. Por suerte, la maquinaria ya ha adquirido velocidad de crucero y la propia lógica de la película sobrepasa a su creador que, como dice Lluís Homar en un momento del film, acaba trabajando a ciegas. No obstante (y este es un rasgo poco analizado, pero ciertamente curioso de la obra de Almodóvar) esos desajustes, esos titubeos, esos pasos en falso se acaban integrando en el film de manera armónica o, cuanto menos, de manera inesperadamente necesaria a la hora de configurar la propia identidad de la obra. En cierto modo, las dudas del Almodóvar creador impregnan todas sus películas, que así se dotan de vida, de credibilidad, y se alejan del aspecto embalsamado de cierto cine de autor.

5. Por los actores.
Nuevo pleno interpretativo en Los abrazos rotos. Que nadie se coma a nadie (pero que todo el mundo brille) solo puede ser resultado del indiscutible tacto de Almodóvar con los actores. Se intuye, además, la generosidad de cada uno de los intérpretes a la hora de poner su trabajo al servicio del de los demás. Y, de este modo, Los abrazos rotos no se convierte en un film con grandes interpretaciones, sino en un film perfectamente interpretado.

2 comentarios:

Allau dijo...

(Casi) completamente de acuerdo. Desde luego hay que verla para creerla, porque es puro placer para los sentidos, sensualmente bella y narrada de forma muy inteligente y nada resabiada. Se merece que le sea devuelto todo el cariño que nos ofrece.

Sólo dos "peros" (por ponerme puñetero). No creo que todos los actores estén bien (aunque Blanca Portillo se sale y Carmen Machi continúa bordando lo que sabe hacer, y los "chicos" Homar y Gómez demuestran porqué están ahí, y Penélope (con un papel dramáticamente más pobretón) sabe ser la bella guinda). Pero Tamar Novas flojea y Ochandiano casi, y que nadie ose tildarme de homófobo (ans tot el contrari) si opino que Almodóvar suele despistarse con los galanes jóvenes de sus películas.

El segundo "pero" se refiere a las fotos rotas, que se presenta como uno de los iconos clave de la película. Queda muy bonito, pero no se explica porque se rompieron. Tal como se muestra en la película, las fotos ya estaban rotas antes de que ocurriese el fatal accidente.

Y en el fondo, ¿a quién le importan estas minucias? Una gozada, repito.

Fran.BCN dijo...

Allau:

Fotos. No pudiera ser que, la dirección del hotel, al hacer la limpieza de la habitación para tenerla preparada para un próximo cliente, se deshiciera de ellas pensando que tras el accidente nadie las reclamaría?

Fran, BCN