viernes, 12 de marzo de 2010

Crazy Heart

Normal. La industria norteamericana del entretenimiento está tan acostumbrada a dar(se) premios que, un día u otro, tenía que equivocarse. Le ha pasado recientemente con Jeff Bridges, a quien, supongo, querían darle un Grammy y, ¡qué despiste el nuestro!, van y le dan un Oscar. Porque sus canciones en directo en la peli Crazy Heart bien merecen un galardón. Otra cosa es que su interpretación le haya valido la estatuilla al mejor actor del año. Vamos, que el hombre afina, pero en lo que a interpretar a un country-singer decadente se refiere, Bridges poco más que nos presenta una versión 2.0 de su inmortal El Nota de El Gran Lebowski.

De este modo, Crazy Heart viene a certificar una de esas normas no escritas de los Oscar, según la cual cualquier tipo o tipa que haga algo fuera de su ámbito de trabajo habitual (y, preferiblemente, lo acompañe con un personaje marcado por el desaliño corporal) tiene bastantes números para ganar el premio de la Academia, siempre tan generosa con esta clase de esforzados intérpretes. La película, por cierto, también confirma una sospecha que el que suscribe lleva muchos años madurando: toda película discreta, o directamente mala, que tenga pocas nominaciones pero, entre ellas, a su actor/actriz principal, suele de manera casi infalible darle suerte al intérprete. Hagan memoria: sucedió, por ejemplo, con Charlize Theron por la muy monstruosa Monster.

En definitiva, que creo más rentable comprar la banda sonora de Crazy Heart (detrás está el habitualmente infalible T-Bone Burnett), que pasar por taquilla, ya que este dramilla de cantante-que-se-parece-a-Bukowski es, cuanto menos, de un academicismo tan academicista que deja a este cronista ( siempre en busca de fuego visual) más frío y desencajado que Barcelona tras la nevada-que-nadie-preveía. Y es que es todo de un sobado...: carreteras desérticas, habitaciones de motel, tragos de whisky, resacas y canciones en el porche forman toda una iconografía potentemente mítica que, sin embargo, el director debutante consigue despojar de vida hasta pasearse peligrosamente por la superficialidad visual de cualquier anuncio del Departamento de Turismo de New Mexico (caso de existir tal departamento).

Y ya que la historia de amor y redención del protagonista es todo huesos, uno se anima un poquillo cuando parece intuir que el film engordará retratando los entresijos de la industria musical (en este caso, la muy potente y aquí prácticamente desconocida, escena country). Pero la cinta se limita a enseñarnos un representante ruin, despreciable y pesetero (ya ves qué novedad) y desaprovecha el juego que hubiese dado el choque generacional representado por el maestro (Bridges) y su pupilo. Un pupilo interpretado, por cierto, por Colin Farrell con coleta. Es lo máximo que me atrevería a destacar de su trabajo.

La maquinaria publicitaria ya hace tiempo que nos viene vendiendo esta peliculilla como la sorpresa del año. Es lo que nos dicen siempre de las producciones baratitas con estrellas dispuestas a cobrar menos para ser más "libres artísticamente". Entiendo, amigos lectores, que les excite el morbillo cinéfilo, pero la cosa al final es bastante decepcionante. No obstante, si aún persisten en su intención de verla, he aquí dos razones definitivas que quizás les hagan desistir: sale un niño y una mamá divorciada. Afortunadamente, no aparece ningún perrillo lanudo y grandote, pero el mal ya está hecho y, al final, lo que prometía ser un trago largo se acaba convirtiendo en un caramelete de wishky... 0,0% alcohol.

1 comentario:

Josep dijo...

ja,ja,ja...

Veo que la ausencia ha servido para reforzar el vitriolo.

Coincido en muchas de las afirmaciones pese a no haber visto la película que, si se pone a tiro (es decir si la exhiben en "mi cine") seguramente veré, desoyendo tu consejo, para acabar, probablemente lamentándolo; pero como dice alguno: hay que verlas todas... ¿o no?

Saludos y bienhallado de nuevo.