jueves, 18 de marzo de 2010

Shutter Island

La parte final de la filmografía de Scorsese es la crónica anunciada de un despiste. Sus últimas películas son un cúmulo de buenas ideas atrapadas entre las arenas movedizas de relatos irregulares, arrítmicos y poco cohesionados que nos obligan a dirigir la mirada hacia el casillero del guionista. Y es que ocupar ese puesto debe imponer lo suyo: Martin es una leyenda en vida, hay que admitirlo, y a ver quién es el guapo con las agallas suficientes como para cogerse una buena pelotera con el maestro (Paul Schrader lo hizo... y a la vista están los resultados) y decirle "no" a sus delirios.

La otra solución es, directamente, apostar por el delirio, que es la táctica empleada por Laeta Kalogridis para fabricarle a Scorsese el libreto de Shutter Island. Quizás por eso, sin ser la gran película madura que aún nos debe Marty, el nuevo film del cineasta tiene más claro lo que quiere ser que el resto de sus erráticos títulos anteriores. Y lo que Shutter Island quiere ser no es más que un entretenimiento con la mirada descaradamente puesta en la taquilla, aunque por lo menos guiñándole de vez en cuando el ojillo al cinéfilo más exigente, que se sentirá satisfecho con la eficaz creación de atmósferas enfebrecidas y la evidente apuesta por la estilización de los tópicos del cine de terror más granguiñolesco.

Eso sí, no esperen mucho más: la trama supuestamente intrigante sobre la búsqueda de una asesina desaparecida del manicomio es de aquellas que se ve venir a la legua. Y si a Scorese parece importarle un pimiento la construcción argumental de un misterio que enganche, tampoco se muestra demasiado interesado en desarrollar algunos de los elementos colaterales que darían otro lustre al conjunto. Me refiero a esos apuntes, por otro lado livianos y tontorronamente tópicos, en torno a la sombra alargada del nazismo como trauma y como conducta social no extirpada. De este modo, las "reflexiones" sobre la violencia como motor humano se convierten en un elementos efectista más a sumar a lo que por momentos parece un paseo por el Túnel del Terror de cualquier decadente parque de atracciones urbano (y me remito a escenas como la de las celdas piranesianas, donde no faltan brazos que surgen de la oscuridad para asustar al pipiolo de DiCaprio).

El pipiolo DiCaprio, por cierto, es para este cronista el otro problema de Shutter Island (y, también, de las últimas obras de Scorsese). Supongo que incluso a Martin le debe costar encontrar financiación en el idiota Hollywood actual, pero no sé si la mejor jugada para conseguirlo es arrejuntarse con el-ídolo-de-las nenas-que-lucha-incesantemente-por-ser-un-actor-adulto. Reconozcamos que el chico lo intenta, pero no ayudan demasiado ni su físico eternamente juvenil ni su tendencia a interpretar los traumas del personaje como si tuviese un ataque de retortijones. Eso sí, el actor es el que más provecho está sacando de esta entente que, a nivel creativo, se mueve a años luz del anterior "matrimonio" Scorsese-DeNiro. Por cierto, Robert DeNiro hace una pequeña colaboración en el film y, aunque parece escapado del rodaje de Frankenstein, llena de savoir faire los pocos minutos de los que dispone.

Finalmente una acotación que, quizás, sea producto de la lostmanía que sufre quien esto subscribe: por momentos, Shutter Island me pareció extrañamente conectada con la serie televisiva creada por J.J. Abrams. Aunque, en este caso, Scorsese se ha inspirado solo en las formas de Perdidos, ya que, en los referente al fondo, está lejos de la fuerza simbólica y la energía perturbadora de la teleserie, que sabe jugar más eficazmente con la ambigüedad y las trampas de su argumento. Aún nos queda por ver cómo acabará Perdidos, pero dudo que sus creadores tengan el mal gusto de, como hace Scorsese al final de su película, explicarlo todo todito por si usted, espectador al que por lo visto se presupone tonto, aún no lo había pillado.

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