lunes, 3 de noviembre de 2008

High School Musical 3

Hablemos de tamaños ahora que para ser un homo audiovisualis y no morir en el intento parece necesario saber cuántos píxeles de diferencia hay entre un monitor FullHD y un HD Ready, o qué es mejor, si tener imágenes grandes comprimidas o si disponer de formatos más pequeños pero sin compresión. Conviene, eso sí, partir del hecho que todo este laberinto de cifras y letras es un invento perverso de la industria para no decidirse nunca por un formato estándar y, de esta manera, sacarnos los dinerillos cada temporada navideña con sus nuevos aparatejos.

Francamente, la superaltísima resolución y los pantallotes es, en el entorno doméstico, un puro y simple lujo innecesario que nos quieren colar (mejor dicho, nos van a obligar a consumir) los mismos tipejos que inventan formas para ver las películas cada vez más pequeñitas en consolas portátiles y teléfonos móviles. Así, lo tienen todo atado y bien atado, por arriba y por abajo.

Otra cosa es el cine como industria, un sector en el cual la revolución digital de la alta definición sí que está cambiando radicalmente la manera de hacer y pensar las imágenes. Pero ¿qué tiene que ver todo esto del tamaño con una película ya de por sí tan minúscula como High School Musical 3? Pues que, aparte de demostrar que el cerebro de los personajes también puede comprimirse hasta que se convierta en algo casi imperceptible, la peliculilla de marras certifica que el trasvase “sala de cine-salita de estar” (o a la inversa) es siempre un paso traumático. Que (y no quiero sonar nostálgico) una película pensada para una pantalla grande será, indefectiblemente, un cromillo cuando la veamos en casa, por mucho home cinema que tengamos. E, inversamente, que una "cosa" como High School Musical 3, pensada y facturada con mentalidad televisiva, nunca será capaz de llenar la magnificencia de una pantalla de sala cinematográfica.

Y cuando hablo de “llenar” no lo hago metafóricamente. HSM3 es técnicamente una chapuza: proyectada en el cine, resulta visualmente feota, fatalmente marcada por una fotografía plana, sin profundidad ni gusto cromático. Es una peli que, como las dos partes anteriores, debería haberse estrenado directamente en televisión, que es un espacio más fácil de llenar, con unos estándares técnicos menos exigentes. Pero, claro, aquí hay negocio y ahora el film hará pasta también en la gran pantalla, por donde pasea su condición de formato intruso sin ningún tipo de remordimiento. Total, como la chavalería es fácil de contentar...

Pues sepan, capitostes de la Disney, que eso es una falta de respeto, un desprecio absoluto a quienes les pagan con su entradita los yates y mansiones en Beverly Hills. No es de recibo que tengan que apoquinar una entrada completa para ver una película que ofrece la mitad; no es leal con el cliente que se gaste toda la pasta por un subproducto que hace daño a los ojos ya desde la primera escena. Porque pocas veces he visto un número musical tan penoso y caótico como el de ese inicio en la cancha de básquet habitada por una masa informe de gente que, supuestamente, se mueve bajos los designios de una coreografía. Y lo peor es que luego hay más, como ese croma chapucero del cielo estrellado que cubre la caseta en el árbol del pipiolo protagonista. O ese horripilante baile a dos en el terrado del instituto, iluminado de forma absolutamente pedestre y amenizado por el “salero” que el pipiolo anteriormente mencionado se gasta a la hora de bailar.

Eso sí, su semiflequillo y sus pantalones a la altura de la rodilla no se desplazan ni un milímetro, como corresponde a todo aquel que pretenda marcar estilo y quedar bien en las fotos del Súper Pop. Pero no quiero calentarme, que de las carencias artísticas de este producto quizás ya hablaremos otro día; por ahora, más urgente me parece denunciar el morro de la gran industria, que ofrece baratijas como esta, sin unos mínimos exigibles, y luego nos bombardea con paternalistas mensajes contra el pirateo. Mensajes que, ojo, defienden la calidad del original frente a la copia. ¡Ja! Si casi estoy seguro que un screener de HMS3 se ve mejor en casa que la versión en 35 mm de los cines. Es una pura cuestión de tamaño.

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