miércoles, 5 de noviembre de 2008
Solo quiero caminar
Cinco motivos para verla
1. Por urgente:
No es una película redonda, de acuerdo, pero la energía de la adrenalina (como motor de la acción y, lo que es aún más importante, como motor de los sentimientos) campa tan a sus anchas por toda la película que se disculpa el caos narrativo de su tramo central. La primera parte, en cambio, es modélica, con un ritmo que no saca el pie del acelerador y que, a través del montaje paralelo, establece vínculos premonitorios entre los personajes. Más adelante, la tramoya de este golpe planeado por cuatro mujeres se le escapa al director de las manos, pero el romanticismo fronterizo y crepuscular del final hace remontar el vuelo a lo que, en realidad, es un drama existencial disfrazado de thriller.
2. Por violenta:
Su dureza es seca y frontal, pero en ningún momento se regodea, tal y como nos tiene acostumbrados el cine comercial, en la morbosidad o el gore. En el universo corrupto creado por Díaz Yanes, donde todo se compra y todo se vende, los disparos en la cabeza, las venganzas o la tortura son casi, casi formas primitivas de comunicación. Formas que, además, han creado su propio subgénero dentro del cine. Y Solo quiero caminar se apunta gustosa a ese subgénero: ahí están las referencias a Grupo salvaje o el cine de Jean-Pierre Melville, cuyos protagonistas se regían por estrictos códigos morales que por su violencia, pero a veces también por su pureza, los condenaban a la marginalidad.
3. Por vengativa:
No, no esperen aquí a Charles Bronson o Seagal solucionando lo que las leyes no pueden solucionar. El tablero de juego que propone Díaz Yanes es bien distinto: el submundo de las mafias centroamericanas, con sus propias reglas y códigos. Cuando en la partida entran cuatro amigas dispuestas a vengar los abusos cometidos contra una de ellas, todo salta por los aires y va más allá del simple ajuste de cuentas. En Solo quiero caminar se describe, en realidad, una guerra entre hombres y mujeres que, no por casualidad, se enmarca en la muy machista sociedad mexicana. Aunque lo mejor de todo, lo que aleja la cinta de la previsible diatriba feminista-castradora, es que en ese enfrentamiento a tiro limpio, donde ellas sin duda muestran mucha más compasión que ellos, también hay espacio (poco, pero lo hay) para el entendimiento. Y es aquí donde Díaz Yanes circunscribe una historia de amor capaz de demostrar bellísimamente lo intenso que puede ser lo efímero.
4. Por las interpretaciones:
Quizás pondríamos un único pero: la no siempre ajustada presencia de Victoria Abril, un poco pasadita en su papel de madre coraje. Por suerte, la suya es una aportación secundaria, ya que en Solo quiero caminar el testigo de protagonista lo toma, poco a poco, Ariadna Gil. Y aquí está mejor que nunca, alejada de esa impostada fragilidad llorona que, a nuestro parecer, afeaba muchos de sus trabajos anteriores. Elena Anaya y Pilar López de Ayala están resultonas, y Diego Luna podría dar lecciones a Leonardo DiCaprio sobre cómo hacer personajes adultos sin perder la carita de niño.
5. Por tarantiniana... a su manera:
No es descabellado citar a Tarantino como inspiración del nuevo film de Díaz Yanes. No quiere esto decir que Solo quiero caminar sea una copia de la estética patentada por el director norteamericano. Si hay puntos de contacto es porque ambos directores parten de una misma fuente: la elegancia de cierto cine clásico, que se revisa con reverencia, pero también sentido del humor. Y luego está la música, punto de anclaje importantísimo que si en Tarantino apela a los setenta, en Diaz Yanes conecta con cualquier música capaz de describir la rabia más dolida: el flamenco, los corridos o incluso Patti Smith.
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