lunes, 24 de noviembre de 2008
Gomorra
Cinco motivos para verla
1. Por antiépica:
Aunque las citas a Scarface forman parte del entramado argumental del film, este acercamiento a los usos y costumbres de la camorra napolitana nada tiene que ver con la mirada que tradicionalmente Hollywood ha hecho al submundo de la mafia. Aquí no hay grandes persecuciones ni tiroteos operísticos. Tampoco los personajes son (anti)héroes megalómanos cegados por el poder. Gomorra es un ejercicio intencionadamente desapasionado que, con los instrumentos del documental, tan solo quiere exponer de manera frontal la inquietante y sólida infiltración del crimen organizado en el entramado social y moral del sur de Italia.
2. Por contundente:
No debe entenderse la asepsia narrativa del film como una falta de intensidad o como una manera de rehuir el compromiso. Precisamente la fuerza, el impacto de la película está en su tono frío, que la despega totalmente de cualquier vestigio de ficción. Así, sin cargar las tintas en busca del espectáculo, sin recurrir a ninguna estratagema narrativa, Gomorra planta ante nuestros ojos la realidad en su estado más crudo. Y eso es, sin necesidad de despachar ningún discurso, un posicionamiento radical y comprometido frente a lo que se explica: simplemente mostrando cómo las pistolas conviven con el puchero, la extorsión con los buenos días, el ligoteo con el machismo o la violencia con los juegos infantiles se consigue decir mucho más sobre la descomposición de la sociedad napolitana que con cualquier estadística sobre muertes o volumen de negocio negro. Que la camorra haya obligado a exiliarse al autor del libro en el que se basa el film deja a las claras que al crimen organizado le importa menos reconocer su connivencia con el poder político que aparecer, como en la película, tal como es: un colectivo de asesinos que controla y manipula los estratos sociales desfavorecidos que cínicamente asegura proteger.
3. Por pesimista:
Gomorra es una película que se va destilando poco a poco y eso, precisamente, le da más profundidad y calado. La frialdad expositiva a la que nos referíamos es también una manera de trasladar sutilmente al espectador el desencanto que siente el director ante lo que ve y nos transmite. Matteo Garrone plantea varias líneas argumentales para abarcar diferentes ámbitos de influencia de la camorra. Ámbitos que no están en los despachos de los políticos, sino en la calle, en los barrios populares. Y que ese microcosmos, en principio alejado de las esferas del poder corruptor, ya haya perdido su pureza y chapotee entre el miedo y la explotación, hace que la tristeza se vaya adueñando de toda la película. Hasta cierto punto, Gomorra resulta asfixiante y descorazonadora porque no nos plantea ningún happy end balsámico, no nos ofrece salidas. Y cuando las ofrece (caso del personaje del diseñador de moda) es a costa de un alto precio: la pura y simple renuncia que poco puede ayudar a que cambien las cosas.
4. Por realista:
Con actores nos profesionales y siempre apegada a los personajes, la cámara de Gomorra parece ser una intrusa que entra de tapadillo en los barrios marginales donde se desarrolla la acción. Por momentos, parece un estudio antropológico que nos acerca a los ritos de iniciación, a las escalas de poder y, sobre todo, a la manera cómo la lógica del crimen convive y, de hecho, organiza la vida cotidiana. Todo el mundo está "subvencionado" por la camorra y, por ello, no es extraño que cualquier actividad diaria, desde hacer la compra a casarse, esté rodeada por el control omnipresente de las mafias. Mafias, por otro lado, que también se han globalizado: hay clanes chinos y colombianos, o los residuos tóxicos que se esconden ilegalmente en vertederos viajan por mares internacionales con licencia... ¡de ayuda humanitaria!
5. Por cruda:
Al final, la amargura que deja Gomorra en el espectador no radica tanto en las muertes que nos muestra como en la convicción de que nada va a cambiar: la camorra está infiltrada en los despachos políticos (incluso financia la reconstrucción de la zona cero de Manhattan), pero lo que realmente le otorga poder es su control de la calle y del futuro: duele ver cómo se recluta a los jóvenes del barrio, verdaderos niños de la guerra que crecen a marchas forzadas no solo por imitación de lo que ven, sino básicamente porque los adultos les niegan la posibilidad de ser niños. En un momento del film, el responsable de un vertedero contrata a chavales para que, subidos en cojines, conduzcan camiones con residuos tóxicos. No vemos ningún accidente, no vemos ninguna muerte ni ningún acto violento hacia los pequeños, pero la crueldad con la que se les manipula, con la que se convierte en juego una salvajada, es seguramente el mejor resumen de lo que pretende, y consigue, transmitirnos Gomorra.
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