Estoy en la cola del cine para ver Saw V y, rodeado de nengs y nengnas ansiosos por recibir su dosis de sangre y sadismo, me vuelvo a preguntar: ¿cómo puede ser que, después de tres secuelas de progresiva decadencia artística, aún me martirice viendo lo que, a todas luces, será un pestiño? La respuesta me inquieta: la maquinaria publicitaria ha decidido que Saw V sea la película que hay que ver esta semana. Y uno, que de vez en cuando tiene estos ataques de idiotismo ovejero, pues vuelve a caer en la trampa de un cartel originalísimo (¿se han dado cuenta de que lo mejor de la saga Saw son... sus carteles?) y, qué narices, se deja dominar por esa pulsión de voyeur gore que, disparando el lado morboso, anula cualquier posible defensa procedente del rinconcito cerebral donde se ubica mi intelecto. Así que aquí me tienen, tropezando, como humano que creo ser, dos veces con la misma piedra.
Al salir, naturalmente, uno promete no volver a dejarse engatusar, pero Saw es quizás el ejemplo más palmario de eficacia a la hora de colocar el producto por parte de la maquinaria de Hollywood. ¡Si hasta hay un nutrido y fiel colectivo de frikis que ha conseguido hacernos creer a todos que la saga merece ostentar el privilegio de cierto culto cinéfilo! Pues vamos bien, porque viendo esta Saw V está más clarito que nunca que el gato ha sustituido a la liebre, que la imaginación (sádica, pero al fin y al cabo imaginación) de las primeras dos partes ha tomado ya un camino de no retorno, y que la rebaja de criterios de calidad ha llegado a cotas vergonzantes. Esta nueva parte tiene un look de baratillo que la acerca a una práctica de estudiante de audiovisuales; el guión es de una ridiculez absoluta; y las interpretaciones, pues bueno, provocan esa risa que solo es privilegio de los actores (malos) capaces de poner siempre la misma cara (o llamémosle rictus). Da igual que estén asustados, que vayan de sádicos, que se tengan que cortar una mano o, ya en el ámbito más privado, que intenten evacuar después de varios días comiendo en el chino de la esquina de los estudios (¿qué quieres?, el presupuesto no da para más). El rictus en el rostro de estos próceres de la interpretación no cambia nunca.
Pero es que además, la película como intriga es directamente infecta. Eso sí, como deferencia hacia el que se supone que es su público objetivo, nos va explicando toda la trama con monólogos autorreflexivos bien claritos, para que no nos perdamos nada del “complejísimo” entramado inventado por estos (aparentemente creativos) guionistas. Claro, como ellos tienen estudios y ustedes, el público, son únicamente descerebrados entes comedores de palomitas, pues se ven en la obligación de crear a un detective listísimo que, oye, ni la Jennifer Love Hewitt de Entre fantasmas: lo colocas en el escenario del crimen y lo infiere todo, todo, todo... mientras nosotros, el público idiota, vemos recreadas sus deducciones en unos bonicos flashbacks retocados con su pertinente virado de color. Así nadie se pierde ni tiene que calentarse los cacos innecesariamente.
Porque Saw V es una película hecha para que no se piense ni durante ni después de ella. Y tentado estoy de no hacer tal esfuerzo, pues no se lo merece por cochambrosa. Pero uno tiene la sensación de que si me trago esta bazofia y la defeco sin digerirla, los Men in Black de Hollywood se habrán salido con la suya. Así que, ¡Danger, danger!: este artículo acaba con “La reflexión cinéfila del Dr. Maligno” (quien odie los spoilers y las comidas de tarro producto de una ingesta descontrolada de Cahiers du cinema, que abandone la lectura aquí mismo).
Aquí voy. Bien mirado, Saw V es el colmo del cinismo: el señor este que se dedica a someter a crueles torturas a sus víctimas afirma sentir repugnancia por el asesinato... ¡porque él da siempre una oportunidad al futuro finado para que pueda conseguir su salvación! A veces es a costa de cargarse al compañero de sufrimientos o, en otras ocasiones, ha de sacrificar algún miembrecillo del cuerpo para poder salir con vida. Bah!, pecata minuta si lo que se consigue es que esta gente, normalmente gente mala con pecados que expiar, aprenda la lección y no vuelve a ser mala. Puro fascismo, vaya, vendido además con un discurso manipuladoramente seductor que convierte al asesino de los malos en un tipo pasado de vueltas, pero bien majete y, oye, pues con unas razones del todo comprensibles. Porque ¿qué va a ser mejor? ¿dejar que los chorizos entren por una puerta y salgan por otra, o hacerles algunas putadillas, aunque les puedan costar la vida? Pues en Disney, que distribuye esta peligrosa oda al ojo por ojo, lo tienen muy claro: a la hoguera con ellos y mantengamos vivo al ideador de las torturillas. Que con él todo es más diver, se hace justicia... y se perpetúa una saga que continuará dando pasta incluso a costa de almas cándidas como la mía, que cree en cosas tan arcaicas como los derechos humanos. Aunque, para qué negarlo, imaginarme a Julián Muñoz obligado a serrarse una mano por raterillo y novio de Isabel Pantoja no deja de producir en mi interior cierta excitación perversa. ¿Ven? Lo que les decía: se estrenará Saw VI y allí estaré yo, haciendo cola...
miércoles, 19 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
Yo vi en dvd Saw I cuando acababan de estrenar la III, porque un conocido me estuvo dando la tabarra sobre sus virtudes.
Reconozco que no me desagradó del todo, pero satisfizo mi curiosidad completamente por esos experimentos morbosos y no pienso repetir.
Aparte que tampoco soy muy partidario de ese tipo de secuelas. Prefiero apuntarme a las de Bond, donde, por lo menos, suelen aparecer gachís de muy buen ver...
Saludos.
¿Pero cómo se le ocurre ir a ver estos engendros?
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