lunes, 17 de noviembre de 2008
"Happy. Un cuento sobre la felicidad"
Cinco motivos para verla
1. Por contagiosa:
Si con ese título la nueva película de Mike Leigh no era capaz de hacerte salir con una sonrisa de la sala es que, directamente, había fracasado en sus objetivos. Afortunadamente, se abandona la butaca del cine un poco más "happy" de como se ha entrado: gracias a su estilo fresco y directo, el film sabe acercarnos (e implicarnos) en la vida de Poppy, una treintañera que, como el Common People de The Pulp que baila en una escena, solo busca ser feliz. Y la película nos transmite la energía de esa búsqueda; una búsqueda que puede no dar siempre buenos resultados, pero que conviene no abandonar nunca. A lo mejor, la felicidad solo está en intentar conseguirla.
2. Por divertida:
Entendiendo como divertido algo diametralmente opuesto a lo que propone cualquier comedia idiota que semana tras semana martiriza nuestras neuronas. Happy es una comedia que nace del dibujo preciso de los personajes, no de los gags taberneros añadidos con calzador. El optimismo extremo de Poppy ya es de por sí cómico, pero junto a ella tenemos una serie de secundarios (la profesora de flamenco, el instructor de autoescuela, la hermana y el cuñado de la protagonista) que ofrecen momentos realmente hilarantes. Estos personajes están bien engarzados en la trama y redondean el tono caricaturesco que a veces adopta el film, pero en ningún momento se rinden a la broma fácil. Aquí caricatura no es sinónimo de superficialidad; de hecho, todos los personajes, tras su fachada aparentemente naif, esconden una parte oscura que emerge de tanto en tanto para rasgar el mundo dulce creado por la protagonista.
3. Por agridulce:
Si, como decíamos, la parte menos divertida de la vida de los personajes aparece de vez en cuando para amargar el sabor de lo que vemos, hay además dos momentos claves para entender que para Leigh, hablar de la felicidad implica, necesariamente, hablar de su ausencia. Esos momentos son la aparición de un indigente y la de un alumno conflictivo de la protagonista. Ella quiere ayudarlos, pero ante todo los mira con asombro, intentando asimilar esa parte fea del mundo que ha decidido desterrar de su vida. La mirada de la protagonista lo dice todo: no entiende que pueda haber infelicidad, violencia o desamparo. No entiende que todo el mundo no pueda ser feliz. Y aquí está la gracia de la reflexión de Leigh, una reflexión que realmente no es nada "happy": a lo mejor nuestra felicidad depende de conocer y aceptar sus límites, de ser conscientes de la infelicidad de los otros.
4. Por creíble:
Ya se sabe, todo es cuestión de gustos, pero preferimos las historias a pie de calle de Happy que el correcto academicismo de El secreto de Vera Drake o ese tremendismo pasado de rosca de Todo o nada. Mike Leigh vuelve aquí a ese cine hecho de pinceladas de realidad que rápidamente encuentran la complicidad y el reconocimiento del espectador. Noches de juerga con las amigas, tardes en el pub, vida urbana en el extrarradio londinense... Leigh nos acerca a esos microcosmos con mucha más eficacia que, pongamos por caso, Ken Loach. Porque mientras que éste se ahoga en el discursismo sociopolítico, Leigh prefiere transmitir cosas de mucho más calado buscándolas en la aparente funcionalidad de la vida cotidiana. Y por ello Happy llega tan adentro: Loach nos dice cómo interpretar la realidad; Leigh nos la muestra en toda su complejidad y se pasea con nosotros mientras nos perdemos por ese complicado laberinto al que llamamos vida.
5. Por la actriz:
Galardonada con el premio de interpretación en Berlín, Sally Hawkins se adueña del papel de Poppy con una facilidad extrema. Su reto no era fácil: conseguir que una chica tan risueña no resultase irritante y antipática. Y ciertamente lo consigue: de hecho, que a veces resulte cargante forma parte del dibujo del personaje ya que Happy pretende, sin prisas y de manera sutil, descubrirnos el gran secreto del personaje: quizás tanta risa y tanto optimismo sean una manera inmadura de cerrar los ojos a la verdad. Esa verdad que, sin palabras, pero de manera bien elocuente, refleja la cara de la actriz cuando, paralizada y desbordada por la realidad, es testigo de lo que quizás no quiere ver: el dolor ajeno.
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