Cinco motivos para verla
1. Por bella:
El trabajo visual de Vals con Bashir es de una elegancia extrema. Explota al máximo las posibilidades del color y del trazo preciso. Un trazo que también es sucio y nervioso, como corresponde a una historia que revisita, casi con afán periodístico, la masacre en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. La estética de la película combina la fuerza expresiva del mejor fotoperiodismo con la crudeza reflexiva de las viñetas de El Roto y la poesía surrealista y malsana de Apocalypse Now. Un cóctel que es una delicia para los sentidos, pero que en realidad pretende incomodarnos con su belleza. Vals con Bashir es, en cierto modo, una cinta premeditadamente perversa que nos enfrenta (y se autoenfrenta) a una constatación terrible: todo ejercicio de memoria maquilla, digiere y, en definitiva, anula la brutalidad del pasado. Hace bonito lo que, en realidad, fue terrible, y esa constatación crea en el director Ari Folman una doble tensión: como excombatiente que no recuerda nada de su participación en los hechos, y como artista que, inevitablemente, sabe que manipula estéticamente los recuerdos que recrea.
2. Por dar un nuevo sentido a la animación:
La película, por tanto, supone para Folman una búsqueda doble: por un lado, saber qué vio, qué hizo durante su etapa de soldado; por el otro, encontrar una manera honesta de explicarlo. Para la primera búsqueda nos propone una especie de auto-Ciudadano Kane que, a través de entrevistas, intenta encontrar el sentido a un obsesivo recuerdo que le sitúa en una playa junto a otros compañeros de batallón. Para la segunda búsqueda, la artística, Folman recurre a la animación como manera de desvincularnos de esa sobresaturación de imágenes crueles, pero ya desprovistas de sentido e impacto, que nos vomitan a diario los telediarios. Y el resultado de su opción no puede ser mejor: un halo de extrañeza, de inquietante irrealidad, funciona paradójicamente como manera hiperrealista de enfrentarnos al infierno sin sentido de la guerra. De este modo, la estilización de la animación nos ha enseñado a ver y, con esta lección aprendida, Folman da al final un vuelco estético y ético a todo lo mostrado para colocarnos sin contemplaciones frente a la realidad en su estado más crudo y urgente.
3. Por universal:
Planteándose desde sus propias imágenes si la belleza sirve para transmitir el horror, Vals con Bashir se convierte en una interesante reflexión sobre los mecanismos que utilizamos para intentar fijar la memoria. Mecanismos mentales o mecánicos (una cámara de vídeo, una película...) que son siempre una interrogación sobre lo que hay de real en la irrealidad de lo filmado o de lo recordado. La película, pese a nacer de la necesidad individual del director, es también un exorcismo aplicable a cada uno de nosotros, que aunque no haya estado en el campo de batalla también se enfrenta a la memoria o a las imágenes de modo selectivo: algunos para hacer soportable la idea de vivir cada día contemplando la muerte ajena; otros, para maquillar la memoria histórica como manera de perpetuar su control sobre el presente. Y atrapados en medio se encuentran los que quieren explicar esa realidad y que, como el periodista que aparece en la película, topan con la indiferencia política. O, como en el caso del director del film, con la dificultad de documentar la barbarie sin que ésta acabe convertida en un simple espectáculo.
4. Por arriesgada y contundente:
Ya en un plano más localista, Vals con Bashir es un valiente acercamiento desde dentro a la herida aún sin cicatrizar (¿lo hará algún día?) del Holocausto nazi. La sombra de ese recuerdo es permanente en la sociedad judía, hasta el punto de determinar su visión del mundo e incluso su manera de actuar en la actualidad. Folman no tiene ningún reparo en vincular el nazismo con las políticas bélicas de su país: habla de genocidio palestino, conecta las batallas actuales con las de la II Guerra Mundial y, con bastante mala baba, muestra a un alto mando judío viendo películas porno... ¡alemanas! Evidentemente, Folman sabe que Hitler no es Sharon, pero aunque la formas cambian, para el cineasta el fondo es el mismo: alguien decide que generaciones y generaciones de jóvenes luchen y mueran en guerras que no son las suyas. Y de este modo, la batalla puede acabar con una victoria, pero la guerra y su recuerdo siguen dañando a quienes la vivieron. Aquí nadie gana.
5. Por la música:
Como todo trabajo que se mueve en el terreno de la evocación, Vals con Bashir da especial importancia a esos recuerdos que se apartan de lo racional para moverse en el terreno de lo puramente emocional y sensitivo. La música, por ello, es un factor importante de la cinta, y se utiliza de manera muy similar a como lo hizo Coppola en la citada Apocalypse Now. Por un lado, las canciones son el reflejo de una determinada época, pero otras veces adquieren una nueva dimensión expresiva cuando entra en conflicto con las imágenes. Así, la delicadeza del piano ilustra una salvaje y mortal incursión de los tanques; en otros momentos, el vitalismo de los temas rockeros contrasta con la mortuoria inconsciencia de unos jóvenes soldados que intentan divertirse en la playa poco antes de morir. Y hay también apuntes musicales que refuerzan la mirada preñada de desencantado humor negro que discurre por todo el film: atención a la secuencia del desorientado soldado de permiso, que pasea por una ciudad que ya no es la suya mientras se oye de fondo This is not a love song de PIL.
1. Por bella:
El trabajo visual de Vals con Bashir es de una elegancia extrema. Explota al máximo las posibilidades del color y del trazo preciso. Un trazo que también es sucio y nervioso, como corresponde a una historia que revisita, casi con afán periodístico, la masacre en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. La estética de la película combina la fuerza expresiva del mejor fotoperiodismo con la crudeza reflexiva de las viñetas de El Roto y la poesía surrealista y malsana de Apocalypse Now. Un cóctel que es una delicia para los sentidos, pero que en realidad pretende incomodarnos con su belleza. Vals con Bashir es, en cierto modo, una cinta premeditadamente perversa que nos enfrenta (y se autoenfrenta) a una constatación terrible: todo ejercicio de memoria maquilla, digiere y, en definitiva, anula la brutalidad del pasado. Hace bonito lo que, en realidad, fue terrible, y esa constatación crea en el director Ari Folman una doble tensión: como excombatiente que no recuerda nada de su participación en los hechos, y como artista que, inevitablemente, sabe que manipula estéticamente los recuerdos que recrea.
2. Por dar un nuevo sentido a la animación:
La película, por tanto, supone para Folman una búsqueda doble: por un lado, saber qué vio, qué hizo durante su etapa de soldado; por el otro, encontrar una manera honesta de explicarlo. Para la primera búsqueda nos propone una especie de auto-Ciudadano Kane que, a través de entrevistas, intenta encontrar el sentido a un obsesivo recuerdo que le sitúa en una playa junto a otros compañeros de batallón. Para la segunda búsqueda, la artística, Folman recurre a la animación como manera de desvincularnos de esa sobresaturación de imágenes crueles, pero ya desprovistas de sentido e impacto, que nos vomitan a diario los telediarios. Y el resultado de su opción no puede ser mejor: un halo de extrañeza, de inquietante irrealidad, funciona paradójicamente como manera hiperrealista de enfrentarnos al infierno sin sentido de la guerra. De este modo, la estilización de la animación nos ha enseñado a ver y, con esta lección aprendida, Folman da al final un vuelco estético y ético a todo lo mostrado para colocarnos sin contemplaciones frente a la realidad en su estado más crudo y urgente.
3. Por universal:
Planteándose desde sus propias imágenes si la belleza sirve para transmitir el horror, Vals con Bashir se convierte en una interesante reflexión sobre los mecanismos que utilizamos para intentar fijar la memoria. Mecanismos mentales o mecánicos (una cámara de vídeo, una película...) que son siempre una interrogación sobre lo que hay de real en la irrealidad de lo filmado o de lo recordado. La película, pese a nacer de la necesidad individual del director, es también un exorcismo aplicable a cada uno de nosotros, que aunque no haya estado en el campo de batalla también se enfrenta a la memoria o a las imágenes de modo selectivo: algunos para hacer soportable la idea de vivir cada día contemplando la muerte ajena; otros, para maquillar la memoria histórica como manera de perpetuar su control sobre el presente. Y atrapados en medio se encuentran los que quieren explicar esa realidad y que, como el periodista que aparece en la película, topan con la indiferencia política. O, como en el caso del director del film, con la dificultad de documentar la barbarie sin que ésta acabe convertida en un simple espectáculo.
4. Por arriesgada y contundente:
Ya en un plano más localista, Vals con Bashir es un valiente acercamiento desde dentro a la herida aún sin cicatrizar (¿lo hará algún día?) del Holocausto nazi. La sombra de ese recuerdo es permanente en la sociedad judía, hasta el punto de determinar su visión del mundo e incluso su manera de actuar en la actualidad. Folman no tiene ningún reparo en vincular el nazismo con las políticas bélicas de su país: habla de genocidio palestino, conecta las batallas actuales con las de la II Guerra Mundial y, con bastante mala baba, muestra a un alto mando judío viendo películas porno... ¡alemanas! Evidentemente, Folman sabe que Hitler no es Sharon, pero aunque la formas cambian, para el cineasta el fondo es el mismo: alguien decide que generaciones y generaciones de jóvenes luchen y mueran en guerras que no son las suyas. Y de este modo, la batalla puede acabar con una victoria, pero la guerra y su recuerdo siguen dañando a quienes la vivieron. Aquí nadie gana.
5. Por la música:
Como todo trabajo que se mueve en el terreno de la evocación, Vals con Bashir da especial importancia a esos recuerdos que se apartan de lo racional para moverse en el terreno de lo puramente emocional y sensitivo. La música, por ello, es un factor importante de la cinta, y se utiliza de manera muy similar a como lo hizo Coppola en la citada Apocalypse Now. Por un lado, las canciones son el reflejo de una determinada época, pero otras veces adquieren una nueva dimensión expresiva cuando entra en conflicto con las imágenes. Así, la delicadeza del piano ilustra una salvaje y mortal incursión de los tanques; en otros momentos, el vitalismo de los temas rockeros contrasta con la mortuoria inconsciencia de unos jóvenes soldados que intentan divertirse en la playa poco antes de morir. Y hay también apuntes musicales que refuerzan la mirada preñada de desencantado humor negro que discurre por todo el film: atención a la secuencia del desorientado soldado de permiso, que pasea por una ciudad que ya no es la suya mientras se oye de fondo This is not a love song de PIL.
2 comentarios:
Te mencionan en la sección gai del Time Out a raíz de tus inquietudes prostáticas. Jajajaaja
Genial critica, genial peli
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