La humillación se ha convertido en el contenido básico que sustenta y da sentido a Youtube. Esta gran enciclopedia de nuestra memoria audiovisual es, en realidad, el receptáculo de momentos tristes que dejan por el suelo la condición humana. Y no tanto por los protagonistas de los vídeos, habitualmente seres torpes e ignorantes, sino por los responsables de colgar esos vídeos y, evidentemente, por esos millones de clicks que buscan lo risible del otro con la intención de olvidarse de lo risible que es uno mismo. Es sintomático que uno de los enlaces más visitados muestre a una joven narrando el estropicio que generó de manera accidental. Podrá ser graciosa la manera cómo lo explica, pero es realmente dramático que alguien disculpándose, haciendo algo tan desgraciadamente inusual como pedir perdón, se haya convertido en objeto de la coña general.
Resulta lógico que de aquí nazca una manera de narrar nueva que no solo adopta las formas del lenguaje webcam sino que se adhiere también a su ética de la humillación. El último ejemplo es La historia completa de mis fracasos sexuales, que solo es descacharrante en el título, pese a pretender ir de irreverente, novedosa y muy indie. La cinta, ya lo sabrán, es una grabación en vídeo de un tipejo que intenta entrevistar a sus exnovias para saber qué motiva su persistente tendencia a fastidiar las relaciones de pareja. El muchacho tarda una hora y media en descubrir lo que ya queda claro desde el principio: es imposible enamorarse de un idiota como él, profundo grunge cerebral incapaz de llegar a tiempo a una cita y cuya confusión mental es pareja a su incapacidad para sacar la roña que cubre su apartamento y, sospechamos, también sus rincones corporales más íntimos. Pues vale, aquí tenemos a un inmaduro absoluto que va de cineasta y que sufre de problemas eréctiles, lo cual nos plantea una seria pregunta: ¿a dónde bombea sangre su corazón si no le llega al pene y, evidentemente, tampoco al cerebro?
Esas imágenes del tipejo abordando sin permiso a sus ex podrían ser una divertida sátira del nuevo periodismo-espectáculo, que ha convertido en verdadera figura retórica la invasión del plano con la esponjilla del micro. Esas confesiones a cámara, herederas de la estética de la videoconferencia, podrían ser una reflexión sobre el sentido de la intimidad en la era de internet. Y esa fijación por mostrarnos su pene flácido podría responder a un deseo de redención, aunque sea por la vía de la autohumillación.
Pero no, no hay ni un ápice de ironía inteligente en esta cinta y, ni mucho menos, la sincera confesión de este a todas luces minusválido emocional. La jugada de La historia completa de mis fracasos sexuales es otra: el puro y simple exhibicionismo que, pese a realizarse en primera persona, despoja de identidad, de humanidad, lo que vemos. Puro lenguaje youtubesco, en definitiva, que participa más de las burradas autoinfligidas de Jackass que de la supuesta exploración de los propios sentimientos con los nuevos instrumentos de la imagen digital.
¿Autohumillación valiente a la búsqueda de expiar sus pecados y madurar? Nada de nada. Lo que parece un diario personal es en realidad un farsa absoluta. Es imposible encontrar ni un ápice de verdad en esas caras compungidas y/o sorprendidas que pone el ínclito Chris Waitt cada vez que una chica le canta las cuarenta. Todo se ve reconstruido, mediatizado para buscar el chascarrillo fácil y jugar con otra de las manías del falso trabajo periodístico o documental: la cámara oculta. Ver a Waitt corriendo por la calle a la búsqueda de alguien con quién fornicar y poder, así, aliviar una sobredosis de Viagra es puro Summers de Todo er mundo e güeno. No hay nada de punk en avasallar a las chicas con frases como "es mejor pedir que violar. ¿Quieres follar conmigo?" porque el mismo director procura no ser realmente molesto: ¿por qué, si ya nos ha mostrado su pene colgante en repetidas ocasiones, nos niega ahora la posibilidad de verlo erecto? ¿Por qué no contrata a una prostituta? Pues porque serían dos cosas muy feas y de mal gusto, ¿verdad, cobardete?
El problema real de La historia completa de mis fracasos sexuales es que representa la devaluación de la imagen como instrumento para generar sentido o reflexión. Es pura mercancía de rápida fabricación e instantánea distribución que no busca un interlocutor, sino la simple satisfacción onanista de ser visto, aunque sea mostrando lo más patético de uno mismo. Y si todo hubiese seguido por estos cauces pues, mira, aún la película habría tenido cierto interés en tanto representación de este mundo enyoutubado. Pero no: Chris Waitt, a diferencia de los también cafres pero más honestos muchachos de la ya citada Jackass, pretende hacernos creer que su paja mental tiene algo de trascendencia, y en una parte final de ridícula tendencia al happy end, se postula como tipejo tierno y con corazoncito que, pese a sus travesurillas visuales de nuevo cuño, también sabe rodar las gotitas de lluvia corriendo melancólicamente por el cristal de la ventanilla del coche. O sea, que al final este muchacho de tejanos rotos es un gallina incapaz de defender la autocochambre de regusto misógino con las que tantas risas pretendía provocar y con las que, supongo, convenció a un incauto productor. Porque al final, Waitt lo que quiere ser es el Woody Allen de la era Facebook, aunque lo primero que debería aprender es que rodar no es lo mismo que hacer cine.
miércoles, 18 de febrero de 2009
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