Aunar cine y literatura sin salir escaldado, sin que de las imágenes emerja la sensación de sumisión y rendición accidental o premeditada al arte escrito, está al alcance de unos pocos genios. Y Stephen Daldry no es uno de ellos. El lector, su última película, pertenece a ese cine a menudo irritante que busca en el prestigio de la palabra, en el regusto íntimamente intelectual de la letra impresa, su condición de obra artística. Y eso, claro, provoca arte dependiente de otro arte. Provoca arte menor, arte sumiso o azotado por el culpable sentimiento de la inferioridad.
El lector, en definitiva, es cine literario, entendido como cine que no busca su legitimación en sí mismo sino en el prestigio de las fuentes. La película se basa en un best seller de Bernhard Schlink, la reflexión sobre las heridas del nazismo es uno de sus temas; Kate Winslet está de Oscar incluso cuando la sepultan bajo un nefasto maquillaje envejecedor; y hay sexo elegante con tetas y penes... O sea, que lo tiene todo (incluso lo del maquillaje nefasto, extrañamente habitual en los productos de qualitée) para triunfar en los circuitos de versión original. Que es, naturalmente, en los circuitos donde quiere triunfar El lector.
Sí, de acuerdo, la perspectiva puede poner un poco de los nervios. Y sin embargo... Sin embargo El lector se sumerge en su condición de cine sensible sin dejarse ahogar del todo, sin regodearse, con una cierta honestidad que aleja la cinta de esa perfección fría y calculada, de esa emoción encapsulada y casi entomológica que tan habitual es en otros productos facturados bajo parámetros similares.
Lo que verdaderamente da un aliento propio a El lector es el amor por la literatura que desprende cada una de sus imágenes. El director y el guionista, se nota, no se acercan al libro original a la búsqueda de una buena historia, sino con el afán de trasladarnos desde la pantalla el placer narrativo que su lectura les ha provocado. Que les provoca leer. Así, en general.
La historia de un abogado que recuerda su secreta relación sentimental de juventud con una mujer de misterioso pasado nazi es, ante todo, un ejercicio sobre la fabulación como manera de relacionarnos con los demás. Si Daldry y su guionista David Hare veneran la literatura a través de su película es porque encuentran en los libros, como también los hacen los personajes, un reflejo de la vida: no porque los libros la retraten, sino porque la describen. Y con lo que se dice, cómo se dice y, sobre todo, con lo que no se dice se van construyendo nuestras realidades, nuestros secretos, nuestro yo más íntimo. Somos según nos contamos. Esa bellísima idea es la que vertebra casi toda El lector de una manera realmente emocionante y compleja.
La película funciona peor cuando se agarra, por aquello de resultar más adulta, a los Grandes Temas. Claro, tienes ahí una historia sobre la que revolotea el horror nazi y no vas a desaprovechar la oportunidad de, cuanto menos, lanzar unas cuantas frasecillas sobre la memoria, las generaciones y lo que hicimos, lo que no hicimos y lo que conviene hacer. En esos momentos de tesis, no demasiados por suerte, El lector derrapa y se dispersa, pierde toda la intensidad conseguida cuando se centraba en la relación de la pareja protagonista. Una pareja que se quiere, se hace daño, se necesita vitalmente tanto como se traiciona de manera egoísta. Y es cuando Daldry se centra en lo particular cuando la película consigue realmente hablar de lo universal.Porque el verdadero tema de El lector no es el nazismo en sí. A estas alturas parece imposible hablar de ese horror sin sonar a hueco y, desgraciadamente, cuando la película lo intenta (ese previsible paseo por un campo de concentración) los ecos del vacío resuenan por toda la pantalla. La verdadera película surge cuando se aparta de ese camino trillado, cuando se deja atrapar por el placer de la narración y cuando nos descubre que el verdadero horror humano, el horror humano del que emanan todos los horrores, es depender de las lecturas que de la vida nos hacen los otros.
viernes, 13 de febrero de 2009
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1 comentario:
Creo que es una película bastante indigerible. Lo bueno habría sido que le leyera el diario de Ana Frank. Y lo que no se explica que un estudiante alemán de quince años tuviera a su disposición, en 1958, Lady Chatterley's Lover en versión inglesa...
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