lunes, 2 de febrero de 2009

La duda


Cinco motivos para verla

1. Por dudosa:
Puede parecer contradictorio, pero recomendar La duda no responde en este caso a una cuestión de gusto (particularmente, me parece una película fallida) sino a una invitación para la discusión. Lo cual no es poco rodeados como estamos de productos romos y sin nada que anime a hincarles el diente. La película de John Patrick Shanley, en cambio, ofrece no pocos elementos sobre los que reflexionar, y no únicamente ideológicos. Aunque el argumento, que enfrenta a un cura progresista con una monja dogmática en el marco de un colegio católico, da para dialogar sobre religión y modernidad, resulta más interesante acercarse a La duda desde un punto de vista narrativo y comprobar cómo esta película sobre la manipulación de las ideas y los sentimientos es también, y de manera no siempre afortunada, una manipulación del espectador y su posición ante lo que se le muestra. Interesante jugada de dudosos resultados, como veremos.

2.
Para reflexionar sobre teatro vs. cine:

La duda nace de un texto teatral que le valió al director del film premios tan prestigiosos como el Pulitzer. Sin traicionar su origen, Patrick Shanley intenta dotar la versión para la gran pantalla de cierta entidad cinematográfica, pero el salto de un lenguaje a otro no acaba de funcionar. Y no hablamos del aspecto visual, que es en todo momento elegante y sobrio, sino de la manera cómo la película deja menos espacio para respirar al espectador que la representación sobre las tablas. La propia planificación de la historia parece contradecir su espíritu: se intuye que La duda quiere hablarnos de lo relativo de la verdad, pero la película, con sus planos gratuitamente inclinados o las facilonas oposiciones entre la rigidez de Streep y la bonhomia de Hoffman, ya ha dictaminado sentencia, ya ha creado el bando de los buenos y los malos denegándoles durante buena parte del metraje el privilegio (necesario, para ser coherentes con las intenciones del texto) de la ambigüedad. Y sin esa ambigüedad es imposible creerse, más allá del regusto a aventurilla detectivesca de Miss Marple, un final que reposiciona lo que tan férreamente ha defendido el director con sus imágenes.

3.
Por los actores:
Aunque John Patrick Shanley parece más preocupado por jugar con la intriga que por explorar los abismos de sus personajes, cuenta con dos cómplices que le hacen todo el trabajo. Sin Philip Seymour Hoffman y, sobre todo, sin Meryl Streep, esto hubiese quedado en el enfrentamiento entre el abuelito de Heidi y la señorita Rottenmeier. La pareja de actores está, a diferencia del director, más concienciada de que sus personajes viven detrás de una máscara que, a su vez, enmascaran con preceptos morales y religiosos.

4.
Por eficaz:

Si a nivel emocional, La duda no consigue traspasar la pantalla, sí consigue por lo menos que su condición de juego narrativo funcione de manera eficaz. Viendo la película y comprobando la manera cómo sus imágenes nos obligan a replantear continuamente nuestra posición, queda claro que estamos ante el impecable trabajo de un escritor que conocer perfectamente sus armas. Que no es otra, en este caso, que el punto de vista: ya desde el inicio, la película arranca siguiendo a un personaje y poco a poco se va despegando de él para pasar a "ver" la realidad desde otras perspectivas. Cada salto nos obliga a cambiar y nos mantiene en permanente estado de alerta. Un recurso ciertamente efectivo que nos permite reflexionar sobre los mecanismos de la narración y el papel que se le asigna a cada uno de sus participantes. El visionado de La duda es, por tanto, bien fructífero: nos recuerda que en todo discurso (ideológico, informativo o ficticio) existen una serie de estrategias capaces de manipularnos de manera sutil. Estrategias, y he aquí la principal contradicción del film, de las que no duda en abusar, como decíamos más arriba, el propio director.

5.
Por sus otras propuestas:

De entre la sospechosa confusión que, por lo menos en mi caso, provoca La duda (¿realmente habla de verdades en conflicto o tiene bastante claro que hay verdades y Verdades?) emergen interesantes reflexiones que realmente dan espesor a la cinta. Hay que reconocer que pese a su dependencia un poco tramposilla a los dictámenes del cine de intriga, Patrick Shanley no se olvida de tejer un convincente entorno para su historia: no es casual que el conflicto entre modernidad y tradición se sitúe en los años inmediatamente posteriores al asesinato de Kennedy. Sugerente también es la manera cómo, en apenas un par de planos, la cinta describe el patriarcado indiscutiblemente machista que impera en la iglesia católica. Pero de entre los, a mi juicio, titubeos y errores de la película surge un momento de verdadera fuerza. Con la aparición de la madre de uno de los alumnos de la escuela donde se desarrolla la acción, La duda llega, quizás sin pretenderlo, al verdadero meollo de la cuestión: vivimos y creemos en aquello que nos ayuda a sobrevivir. Y esa es nuestra única verdad.

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