sábado, 4 de octubre de 2008

Los girasoles ciegos

Fíjense en el cartel de la película que nos ha de representar en los próximos Oscar. Si se acercan al póster sin ningún tipo de referencia, quizás podrían inferir que se trata de la segunda parte de Los Otros, dado ese aspecto fantasmal que tiene todo y, no menos importante, la cara de susto de los pobrecitos protagonistas. Pues bien, por una vez y sin que sirva de precedente, el cártel no engaña: la nueva película de José Luis Cuerda va de fantasmas, pues no de otra cosa puede calificarse a ese cuarteto de personajes (por llamarlos de algún modo) que se pasea levitando por todo el metraje. Y es que su falta de consistencia dramática, siempre bordeando la comicidad involuntaria, los emparenta con ectoplasmas de transparencia casi invisible.

Bueno, lo de la comicidad involuntaria en el fondo no lo tengo tan claro. Que parte del guión la firme el tristemente desaparecido Rafael Azcona me hace pensar que, en el fondo, lo que quería ser Los girasoles ciegos era una comedia negra sobre nuestra España negra, pero por el camino se cruzó el “poético” Cuerda, que como avispado productor que es, se dispuso a crear una obra adulta, en el peor de los sentidos. O sea, una de esas películas que se autocolocan la etiqueta de qualitée con la muy encomiable, pero para mí poco estimulante, intención de emocionar a las yayas.

Digámoslo ya: Los girasoles ciegos da risa. El pijama de Javier Cámara da risa. Ver cómo recita a Machado da risa. Y eso sin entrar en detalles como la subtrama de la pareja fugada a Portugal, protagonizada por dos lloricas bastante irritantes. Porque aquí no hay nada creíble; ni un ápice de vida, de carnaza, de pasión, de sentimientos verdaderos. Y es una lástima ver dilapidadas las posibilidades del original literario que, sí, en ese caso sí sabía combinar poesía con una reflexión a flor de piel sobre el significado de vivir con miedo.

En la peli, en cambio, el bueno de Cámara, un rojo que ha de esconderse durante la posguerra, se limita a entrar y salir del armario donde se refugia con más salero que el gay interpretado por el propio Cámara en su anterior Fuera de carta. El único miedo que intuimos en el personaje es cierta aversión al acicalamiento personal, porque el hombre va todo el día con pinta de ingresado en la Seguridad Social. Mientras, la que sí cambia de modelito es Maribel Verdú que, naturalmente, pone bastante calentorro a un diácono que da clases en el colegio de su hijo. En este despropósito, el aspirante a cura que en el libro vivía un descarnado conflicto religioso-erótico, aparece aquí como un púber babosillo al que se le va la olla y acaba emulando al Robert De Niro en la escena del espejo de Taxi Driver.

Nada funciona en una película que, plagada de escenas sin sentido, inconexas dentro del devenir narrativo, parece haber sido víctima de un proceso indiscriminado de poda durante las sesiones de montaje. O, simplemente, es que ninguno de los responsables de Los girasoles ciegos tuvo nunca claro qué quería hacer con esta historia, narrada de manera dispersa e insulsa, con esa poca valentía que caracteriza nuestros acercamientos cinematográficos a las heridas de la Guerra Civil. Porque quizás inicialmente Azcona quería helarnos la sonrisa, pero lo que finalmente consigue Cuerda es, como mucho, enfriarnos el corazón.

2 comentarios:

Akasha dijo...

hola Dr. Maligno, ojala y pongas mas entradas en tu blog, por casualidad entre y lei cosas interesantes, cudiate mucho...

Bye

Anónimo dijo...

Dr Maligno,
sus recetas estimulan mi cerebro y me hacen sonreir. ¡Por muchos años su consulta!