El tráiler de Max Payne dura 90 segundos y en tan corto espacio de tiempo caben todas, insisto, todas las escenas más espectaculares del film. Si pensamos que la película dura 100 minutos, nos quedan bastantes fotogramas por rellenar, y es aquí (o sea, en prácticamente todo el producto) donde Max Payne se pasea por el ridículo más espantoso. Y lo que es aún peor: engañando a su propio público, que iba a la búsqueda del apocalipsis según la PlayStation y se encuentra con un thriller mondo y lirondo que pretende homenajear el cine negro sin conseguirlo. Más que nada porque para sus responsables, el cine negro se basa en lluvia persistente, callejones con cubos de basura y todo un muestrario de lámparas que, dada su continua tendencia al parpadeo defectuoso, solo pueden proceder de un outlet del Ikea.
Parece en cambio que para John Moore y sus guionistas, el cine negro no tiene nada que ver con armar un argumento mínimamente original a través del cual se muevan unos personajes con cierta entidad. Seamos sinceros: esto es en realidad como una película de Steven Seagal, con su esposa muerta, sus mafias rusas y su villano de risa, así que ni los que buscan una intriga de peso ni los que simplemente quieren marcha visual encontrarán nada de provecho en este subproducto disfrazado (mejor dicho, engañosamente vendido) de gran producción.
Para los espectadores que esperen algo argumentalmente interesante, Max Payne les tiene reservada una intriga que ya ha vendido todo el pescado en los primeros 45 minutos. Constatación que provoca no poca angustia en la platea: aún me queda la mitad ¡y ya no me interesa nada de lo que ha de pasar! Incluso en esa parte inicial del film, donde se supone que se nos explican las motivaciones del personaje y el intríngulis de la cuestión, la cinta se limita a encadenar flashbacks de Mark Wahlberg con cara de pánfilo mientras entra en la habitación de su bebé y su esposa muertos y sufre un shock emocional que, por decoro, nos calificaremos. Si a ello sumamos una subtrama sobre experimentos farmacéuticos que, eso sí, nadie parece estar interesado en esclarecer -pese a sus implicaciones políticas-, descubriremos la manera perversa cómo el Hollywood más conservador (este bodrio lo distribuye la muy carca Fox) retrata la corrupción institucionalizada: como un elemento de moda entre el gremio de guionistas, como puro ornamento argumental que consecuentemente se vacía de todo contenido crítico.
Y si se pertenece al grupo de espectadores que simplemente (lo cual ya no es poco) exigen acción trallera y bien rodada, la decepción no será menos mayúscula. Pocas veces verán escenas a cámara lenta tan a cámara lenta que da tiempo de ir a lavabo, comprarse palomitas, explorar la anatomía del acompañante y pegar un par de bostezos. El denominado bullet effect patentado por Matrix se ha convertido en una figura estilística bastante recurrente y manoseada, pero John, ya que la utilizas, por lo menos hazlo con un poco de gracia. Más que nada porque el ritmo y la trepidación, lejos de intensificarse, también se vienen con nosotros al lavabo. Y eso sin contar con el flaco favor que le haces a los malos: ver cómo fallan todos los tiros a velocidad normal tiene un pase, pero demostrar su falta absoluta de puntería a cámara lenta es ya recochineo. De este modo, los momentos de acción se mueven entre la sosería más soporífera y el surrealismo más irrisorio, como cuando aparecen de repente personajes con la única justificación de pegar un tiro y solucionarle así la papeleta a los guionistas, que en ningún momento son capaces de explicar la trama con un mínimo de lógica y credibilidad.
lunes, 20 de octubre de 2008
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