miércoles, 29 de octubre de 2008

El nido vacío


Cinco motivos para verla

1. Por igual, pero diferente:
La nueva película del director de El abrazo partido vuelve, sí, a orbitar alrededor del mismo tema: las relaciones entre padres e hijos. Sin embargo, hay ahora un tono diferente, ya que, de una película a otra, el punto de vista se desplaza de manera significativa. Pasamos de ver las cosas desde la perspectiva del hijo -que se sentía abandonado y se rebelaba con cínico rencor juvenil- a adoptar la visión del padre, que ve cómo su descendencia deja el hogar y abre un vacío en una vida que hasta entonces estaba, o simulaba estar, en equilibrio.

2.
Por frágil:

Visualmente, el director Daniel Burman apuesta por las tonalidades crepusculares para envolver este dolido, pero a la vez sutilmente cómico, viaje alrededor de todos los errores y cosas postergadas que, ahora, vuelven a la vida del protagonista. Y ese retorno desmorona como un castillo de naipes la coraza de seguridad y autosuficiencia que interponía en sus relaciones sociales y sentimentales. El nido vacío va quitándole poco a poco las máscaras a un hombre que, desde su condición de intelectual burgués, lo creía tener todo bien claro. Un hombre que ahora se siente perdido, en la obligación de admitir, como se ve en una de las escenas más bellas del film, que en el fondo somos frágiles cuerpos flotando en el agua del mar.

3.
Por Óscar Martínez:

Merecidísimo su premio en el pasado festival de Donosti. No resulta exagerado afirmar que Martínez ES la película, pues así lo quiere el director, siempre atento a sus más pequeños gestos, a sus expresivas miradas silenciosas y a su espléndida manera de humanizar a un personaje tan asocial y en principio poco simpático como el suyo. La capacidad que El nido vacío tiene de conectar emocionalmente con el espectador se basa en la relación casi confesional que Martínez establece con nosotros, voyeurs privilegiados de sus momentos de intimidad. De esos momentos en los que el misántropo que aparenta ser desvela lo profundamente solo que se siente.

4.
Por fabuladoramente realista:

Esta historia, como decíamos, es la descripción de un proceso de reflexión interna por parte del personaje principal. Consecuentemente, todo se explica desde su manera de ver la realidad. Y eso permite a Burman recordarnos que toda narración, por muy realista que se pretenda, es en el fondo una fabulación de quien la explica. No es casual ni que el protagonista sea un dramaturgo ni que a medida que avanza la historia sea imposible discernir entre lo que le ocurre y lo que se imagina. Afortunadamente, El nido vacío es más que un puro juego narrativo con los límites entre la realidad y la ficción; es la reivindicación de lo irreal (el cine, el teatro...) como instrumento para entender, o por lo menos, capear las cornadas de lo real (la vida).

5.
Por argentina (?):

De acuerdo, aquí tenemos psiquiatras, asesores matrimoniales y más de un diálogo sobre el sentido de la vida. Lo que se espera, vaya, de una película argentina. Y sin embargo, El nido vacío, como el resto del cine de Daniel Burman, se desmarca del estilo verborreico popularizado internacionalmente por Campanella y otros. Burman prefiere apostar por un cine menos acartonado, más conectado con la frescura heredada de la Nueva Ola francesa. Y es que el cineasta no va a la búsqueda de la frase memorable; su obsesión es capturar esos instantes de cotidianidad que dicen tanto con tan poco y que, en el retrato de personajes, se emparenta por momentos con la obra de la también francesa Agnès Jaoui (Para todos los gustos).

No hay comentarios: