miércoles, 1 de abril de 2009

Ana María Polvorosa en "Mentiras y gordas"

"ESTA MARÍA HACE QUE ME COMA AÚN MÁS LA CABEZA"

(Pues, chica, casi que lo mejor es que sigas fumando, ya que ésta parece ser la única manera de que tu cerebro haga un poquito de ejercicio. Y, de paso, das el mismo consejo a tus coleguis de Mentiras y gordas, una pandilla de empanaos tontainas que, gracias a este ejemplar guión, se erigen en la mejor campaña antidrogas que ministerio alguno pueda idear.

Uno, que no asistió al pase bajo los efectos de ningún porro, también empezó a comerse la cabeza a los pocos minutos de arrancar la proyección. ¿Qué pretende ser este producto? ¿Un retrato de la juventud actual? Lo niegan los propios responsables de la cosa y, ciertamente, a la cosa le falta empaque, valentía y rigor para dar, cuanto menos, algo sobre lo que reflexionar. Y es que cuando no se quiere (o no se sabe) pensar la realidad, se suele salir con aquello de "no hay que generalizar" o "esto es una historia particular que no representa a toda la juventud". Pues vale, pero en este caso, me da que el huir de la generalización oculta, en realidad, la cobardía de quien apuesta por lo seguro y lo irresponsable: azuzar el morbo y cargar las tintas (aquí hay mucho sexo y muchas drogas) y que salga el sol por donde quiera.

Porque, al final, después de darle vueltas y vueltas, creo descubrir la verdadera intención de Mentiras y gordas: quitarle la ropa a los guapillos y guapillas teen del panorama actual y sacarle todo el rédito económico posible al striptease. No se engañen: esto, en definitiva, es como si en el instituto de la teleserie Física o química se hubiese colado un camello. Así, a las escenas de las duchas del gimnasio se le puede añadir algún que otro colocón, que siempre da mucho juego.

Que los hábitos y costumbres de los jóvenes actuales puedan parecerse a los reflejados en la película (o sea, pastilleo cada fin de semana) no lo dudo. Incluso puede aplaudirse cierto acercamiento verista al fenómeno (que no a la cultura) de las drogas, pero nada de todo esto desprende credibilidad y, lo más importante, honestidad. Y no lo hace porque aquí no hay personajes, hay trozos de carne que Menkes y Albacete fotografían con evidente delectación en busca del calentamiento global y, naturalmente, el escándalo más rentable. Y lo consiguen, del mismo modo que, pongamos por caso, lo hace un anuncio de Dolce&Gabbana. Porque si primero tuvimos constancia de las mujeres objeto y, después, de los hombres objeto, con este film (y Crepúsculo y aledaños) se consolida ahora un nuevo espécimen de la fauna audiovisual: el/la niñato/a objeto. Lo cual, en el fondo, convierte Mentiras y gordas (¿un drama, una comedia?) en un eficaz producto para solaz de lectores del Super Pop y/o pajilleros de variadas edades, por mucho que los pobres actores paseen por la pantalla sus tetas púberes, sus penes juveniles y sus abdominales de tableta de chocolate convencidos de que están rodando las Historias del Kronen del siglo XXI.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy buena critica, muy acertada, la misma impresion tuve yo al ver la pelicula, no se ni como la pude aguantar hasta el final... y por ahi dicen que quieren grabar una segunda parte. Se ve que como inversion ha sido mucho mejor que como pelicula.