viernes, 17 de abril de 2009

Philippe Petit en "Man on Wire"

"¿POR QUÉ? NO HAY UN PORQUÉ"

(Si lo dice el propio responsable de idear, planificar y ejecutar el famoso paseo por el alambre entre las Torres Gemelas, pues qué remedio, tendremos que creerle. Sin embargo, resulta menos creíble -o como mínimo, menos deseable- que el director del documental se contente con esa respuesta del funámbulo Philippe Petit cuando le preguntan por las motivaciones de su espectacular número. De acuerdo, entendemos todo eso de que Petit quería hacer arte y crear un momento mágico. Entendemos que la creación es un acto puro, sin porqués y bla, bla, bla, pero uno tiene la sensación de que este Man on Wire fracasa precisamente porque no se plantea ningún porqué, fracasa desde el momento en que sacrifica la mirada externa, la mirada analítica, la mirada documental, en definitiva, para ponerse al servicio del relato del propio personaje. Y siendo un personaje tan evidentemente egocéntrico, la película acaba explicando las cosas cómo quiere el implicado. O sea, impregnándose de un peligroso autobombo que quizás sea justo con el artista, pero que nada nos dice sobre la persona.

Y la verdad es que se intuye que lo verdaderamente interesante de Philippe Petit se esconde tras la figura pública de Philippe Petit. El documental, sin embargo, se niega a escarbar en esa zona y se convierte, simple y llanamente, en la descripción pormenorizada de una gesta (entrar ilegalmente en el World Trade Center, tirar el cable con nocturnidad y pasearse por él durante 45 minutos). Esa descripción, sin embargo, deja de lado a las personas que lo llevaron todo a cabo, personajes anónimos que nos explican lo que hicieron, pero que no nos dicen casi nada de quiénes son. Tan solo las aportaciones de la exnovia de Petit y las de un colaborador que rompe a llorar indican que ahí, en el recuerdo de ese día de 1974, hubo muchas más cosas que una simple performance suicida.

Man on Wire deja al espectador con hambre: ¿de dónde surge Petit? ¿qué le lleva a dedicarse a los espectáculos circenses? ¿cómo consigue involucrar a tanta gente que no conoce en sus visionarias locuras? ¿de dónde saca el dinero para costearse tantos viajes París-Nueva York-París? Pueden parecer detalles nimios, pero sin duda hubiesen abierto el camino para conocer más a la persona que decide permanentemente caminar por el filo de la vida, a su (intuimos) magnético despotismo con los demás. Esto, sin embargo, no parecer agradar al propio Petit y, dado que Man on Wire, es SU historia, poco veremos de su pasado o de su vida post-Torres Gemelas. Un periodo, por cierto, que se adivina infinitamente interesante si leemos entre líneas el análisis (cortito, fugaz, de tapadillo) que la ex del funámbulo hace sobre la manera cómo la fama cambió la vida de todos.

Hay en este trabajo documental, por tanto, poca chicha donde hincar el diente. Nos queda, eso sí, una milimétrica planificación que, combinando imágenes de archivo y recreaciones en blanco y negro, muestran el proceso de toma ilegal de las Torres Gemelas con un trepidante estilo de thriller. Sí, Man on Wire pasa como un suspiro e incluso nos pone en tensión, pero todo se desvanece tan pronto aparecen los títulos de crédito finales. Bueno, no todo se desvanece: quedan en la memoria las fotografías de Petit suspendido a más de 400 metros de altura, verdadera poesía visual que no necesitaba de un documental como éste para expresarse. Se glosa por sí misma.

Un apunte final: la cinta ganó el Oscar al Mejor Documental y uno sospecha que el premio solo puede entenderse desde una perspectiva yanqui. Las Torres Gemelas siguen siendo la mayor pesadilla del imaginario colectivo norteamericano, y Man on Wire, que describe también su construcción, seguramente remueve muchos sentimientos entre el público neoyorquino. En cierto modo, la película les devuelve a una ciudad más inocente, más pura, más loca. Una ciudad donde cualquiera podía falsificar un pase de entrada, permanecer toda la noche en la azotea del edificio más alto de mundo y, al día siguiente, cruzar de una torre a otra coronando lo que fue (y ya no es) uno de los puntos más cercanos al cielo.)

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