jueves, 9 de abril de 2009

Ralph Fiennes en "La duquesa"

"YO TAMBIÉN ABORREZCO TODO ESTO"

(A este drama de época le pierde cierto tufillo a best-seller romántico à la Danielle Steel. O, para ser más precisos, le pierde la mala conciencia que parece arrastrar el director cuando el material que tiene entre manos (o las "recomendaciones" del productor) le obligan a coquetear follestinescamente con los amores y las infidelidades. Como a Saul Dibb los cuernos de la duquesa Giorgiana y su amor imposible con el futuro primer ministro de Inglaterra no parecen interesarle, todo se describe con una frialdad pasmosa aquejada de ese academicismo tan british. Bien, es una elección no del todo errónea para acercarse a un microcosmos (la aristocracia de la Europa pre-revolución francesa) que anteponía las formas a los sentimientos.

El problema es que Dibb tampoco se decide del todo a enfocar su mirada hacia los modos y costumbres de ese microcosmos. Por ello, cuando se pone romántico, es imposible sentir la intensidad que parece consumir a sus personajes, y cuando se pone analítico, nos quedamos con ganas de más, esperando que se decida a profundizar en el, según las crónicas, pionero y activo papel que Giorgiana desempeñó, como mujer, en la política de su tiempo.

Pero ni una cosa ni la otra o, en todo caso, las dos cosas sin que ambas se armonicen del todo. Claro, tienes a Keira Knightley y lo que corresponde es hacer que todo gire a su alrededor, que para algo es la estrella. Pero aquí hemos escogido una frase de Ralph Fiennes, su marido en la ficción, porque el verdadero filón dramático del film está curiosamente en los personajes secundarios. De acuerdo, el drama de una adolescente obligada a casarse con un duque que solo la quiere para tener un heredero (masculino, claro) es un material potente, pero como decíamos no es esto lo que realmente parece estimular al director, que rueda los amoríos y traiciones con más elegancia que brío.

El verdadero meollo de La duquesa, aquello que hubiese hecho de la película algo más que "otra historia de amor con corsé" reside en las tímidas acotaciones sobre un mundo que quiere cambiar para que todo siga igual. Y reside, sobre todo, en ese duque hosco y déspota que, al decir la frase que encabeza este texto, certifica gracias a la matizada interpretación de Fiennes que, en el fondo, él vive atrapado en la misma jaula que ella: el orden social obliga a la duquesa a tragar con la reprobable crueldad emocional de su marido, pero éste, también en base a ese mismo orden social, ha de desempeñar su papel de esposo dominante, sean cuales sean sus sentimientos.

Pero, claro, ir por ahí hubiese alejado La duquesa de lo que nos quieren vender: una lujosa revisitación del pasado con love story trágica, apuntes feministas para todos los públicos y, ¡toma descaro!, conexiones (según la campaña publicitaria) con la vida de la mitificada Diana de Gales. El problema es que ni lo que nos quieren vender nos lo venden con ganas, entre otras cosas a causa de la absoluta falta de química entre Keira Knightley y su amante interpretado por Dominic Cooper. Nos queda por tanto disfrutar de lo mucho e interesante que se pasea por los márgenes de la historia; nos queda, en definitiva, disfrurar de lo que la película no se atrevió a ser.)

1 comentario:

Circe dijo...

Em cualquier caso, será un descanso ver a Fiennes con peluca, porque si vuelve a intervenir en cualquier otro proyecto relacionado auqnue remotamente con el Holocausto tendré un ataque de nervios (vengo de ver The Reader y la he encontrado menos cómica que Sunshine pero sólo un poco menos). ¿Ha visto Sunshine?