jueves, 2 de abril de 2009

Jean-Paul Roussillon en "Un cuento de Navidad"

"NO NOS CONOCEMOS A NOSOTROS MISMOS"

(En realidad, la frase es de Nietzsche pero la dice el pater familias de la película, así que me permitirán que se la acabemos atribuyendo. Más que nada porque esta erudición reflexivo-filosófica es característica común a la mayoría de los miembros del clan emponzoñado que retrata Un cuento de Navidad. Y esa literalidad es también la que acaba distanciando al espectador tras dos horas de diálogos y monólogos que parecen pensados para hacer malabares con las ideas.

La sombra agobiante de los padres sobre los hijos, la herencia genética como marca, la cruel sutileza del odio familiar, la desorientación existencial... son temas realmente interesantes que Desplechin coloca sobre la mesa de manera cruda, pero su invitación a que reflexionemos al respecto va en detrimento muchas veces de la entidad de esas sombras que, a modo de personajes, parecen únicamente pensadas para escupir sus emociones por la boca. Es todo muy discursivo, muy... digámoslo ya, francés y, al final, resulta un pelín cargante tanto toque d'auteur, tanta digresión erudita al servicio del cuerpo ideológico de la historia, pero totalmente ajena a un núcleo dramático que, en realidad, no existe.

Y es que esa amputación de los recursos habituales de la dramaturgia, esa frialdad expositiva y esos giros argumentales que hacen evolucionar a los personajes a trompicones son, está claro, decisiones premeditadas que, desde una posición teórica, se aplauden y vitorean. Otra cosa es que, en no pocas ocasiones, esa premeditación cerebralmente experimental nos expulse de la pantalla, se muestre tan orgullosamente autosuficiente e inflamada por su indiscutible rigor intelectual que nos niegue la posibilidad, aunque sea mínima, de sentir algo (desprecio, simpatía, tristeza... pero no indiferencia) hacia esta pandilla de friquis burguesitos cargados de traumas (o eso nos dicen). Quizás la intención del director era precisamente esa. Pues muy bien, la cosa le ha salido muy bien, pero puestos a elegir, uno prefiere los desajustes emocionales de Los Tenenbaums a los desajustes intelectuales de la familia de Un cuento de Navidad. Estos últimos podrán ser más profundos y nietzschenianos, pero me los creo menos.)

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