viernes, 2 de enero de 2009

Di que sí

Aparentemente, pocas cosas hay más inservibles a estas alturas de la historia de la Humanidad que una nueva película de Jim Carrey. A este chico hace tiempo que se le ha pasado el arroz, pero aquejado del “síndrome Aznar”, sigue creyéndose el centro del mundo mundial. Un mundo mundial que, naturalmente, tiene cosas muchísimo más importantes que hacer que esperar la reaparición del ínclito Carrey, pero al chaval se le ve majote y por eso desde aquí le animamos a seguir en sus trece y a disfrutar de su (ficticia) gloria estrellada que, suponemos, le facilitará la ardua tarea de encontrar mesa en los restaurantes de moda. De hecho, y sin que sirva de precedente (que después la gente se anima y no te la despegas ni con agua caliente), vamos a glosar aquí, a raíz del estreno de Di que sí, unas cuantas utilidades del nuevo producto carreyiano, ejemplo supino de cómo películas como éstas pueden servir para algo... aunque ni ellas mismas lo sepan en realidad.
-La cultura del sí. El nuevo film de Jim Carrey es, en el fondo, como la mayoría de los films de Jim Carrey: un concepto, una idea tontaina que el guionista de rigor estira hasta lo indecible mientras el actor intenta lubricar el chiclé fílmico a base de caídas y gimnasia facial. Aún así, aquí se tienen creído que son los herederos de la comedia social de tono optimista que, décadas atrás, firmaba Frank Capra. Lo cual es a todas luces ridículo, aunque por hoy dejaremos que los muchachos sigan en la inopia: estamos en fechas navideñas y no conviene desencantar a los inocentes, que uno ya tiene sobrinitos e incluso le ha cogido el gusto a enseñarles a aporrear al Tió (1). En todo caso, entre usted y yo que ya sabemos (y si no, perdone la indiscreción) que los Reyes Magos y Papá Noel sólo existen para ser fichados en los anuncios de telefonía móvil, conviene admitir que Di que sí no pasa de bromilla alargada (un tipo intenta mejorar su triste vida aceptando todas las propuestas que se cruzan en su camino), y que todo el substrato supuestamente capriano sobre lo bello que es vivir cuando uno vive como quiere es pura farfolla de librito de autoayuda. Nada que ver, vaya, con la magia naif de los clásicos de Capra porque, hoy por hoy, en Hollywood todo se mide y remide para que el “sí” no lo dé un cineasta sino quienes tienen realmente el poder de darlo: un ejecutivo y su calculadora.
-Los problemas de tener un director. En todo caso, ya hemos descrito a Carrey como florecilla del bosque que, instalado en su mundo Teletubbie, cree que es el gurú que puede mejorar la vida en el planeta Tierra haciéndonos reír. Primer problema: Carrey no nos hace reír. Segundo problema: él no lo ve así y en Di que sí insiste en anteponerse a la historia y a los personajes para seguir ungiéndonos con el agua bendita de su comicidad. Desgraciadamente, el ejecutivo y su calculadora ya hace tiempo que descubrieron que los “sí” a Carrey pueden resultar muy caros y, para el nuevo film, han decidido contratar a un director (Peyton Reed) que ate en corto al actor. ¿Resultado? La película es una inestable combinación entre las improvisaciones de Carrey (hey, que yo soy la estrella) y un cierto sentido común narrativo cosa de Reed. Aunque, como era de esperar, de tal unión contranatura surge un producto de, por un lado, improvisaciones deslucidas y, por el otro, gags fatalmente desarticulados por los excesos (ahora una pedorreta, ahora un mohín) del bueno de Jim.
-Los críticos perezosos y las etiquetas. En todo caso, gracias a Di que sí, el asiduo lector de crítica o prensa cinematográfica puede incrementar su dosis de placer masoquista fustigándose nuevamente con los lugares comunes que redactorzuelos pagados para copiar press books despachan a tenor de la peliculilla de marras. Los tenemos de dos tipos: los que hablan del retorno de Carrey a la comedia después su fracaso en otros géneros, y los que comparan al actor canadiense con Jerry Lewis. Los primeros sin duda trabajan con una clara visión de futuro, ya que insistiendo en el regreso de Carrey al humor labran ya el terreno informativo para cuando al actor le dé otra vez por hacer un drama. Cuando esto ocurra, el periodista en cuestión no tendrá que molestar a la neurona que se pasea por su cerebro y, hala, a darle otra vez al tópico del cambio de género, que te permite volver a rellenar fácilmente un párrafo de la pieza informativa, cobrar por ello y, aún así, seguir fardando entre amigos y familiares de tu condición de periodista.
En cuanto a los que vuelven a traer a colación a Jerry Lewis, sólo una recomendación: que vean de una vez las películas de Jerry Lewis y que dejen de perpetuar un tópico que, si en su momento pudo ser cierto, nadie (y el periodista, vagazo profesional, menos) parece dispuesto a revisar. Lewis era energía destructiva, pura demolición anárquica; Carrey es, hoy por hoy, el novio ideal para nuestras hijas, lo cual no dice necesariamente nada malo de Carrey, aunque insulta de manera mayúscula el recuerdo cómico y trasgresor de Lewis.
-La comedia gestual no ayuda a envejecer. Y aquí va la última utilidad de Di que sí: saca nuestro oculto lado marujo. Porque ves la peli y no puedes dejar de pensar que Carrey ya está bastante trotadillo, por mucho que esa melenita aznariana (¡él otra vez!) y una piel apergaminada ganada a golpe de cremas y/o quirófano intenten disimular los estragos dejados por tanta contorsión músculo-facial. Que no, Jim, que no cuela, que pasó tu tiempo, que empiezas a acartonarte y, qué narices, que en tu caso ya no son edades para ir haciendo el payaso.

(1) (Ancestral tradición rústico-navideña que no sabemos aún si, como hecho diferencial catalán, ya ha sido computada por Solbes en el nuevo pacto de financiación autonómica).

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