viernes, 16 de enero de 2009

Bienvenidos al Norte

Ya estamos. Otro producto que nos llega con el reclamo, supuestamente definitorio e irrefutable, de su éxito masivo. Dicen que Bienvenidos al Norte la han visto más de veinte millones de personas y, hala, ya tenemos montada la campaña que, también supuestamente, justifica una escapadita al cine. El problema es que esa veintena millonaria de personas son francesas, motivo más que suficiente para ahorrarse la susodicha escapadita al cine. Y no es que el mío sea un discurso xenófobo anclado en el Madrid de 1808. Lo mismo diría de los españoles sí, siendo (Dios no lo quiera) periodista cinematográfico alemán llegase a las pantallas bávaras el exitazo Torrente, el brazo tonto de la ley.
En definitiva, que Bienvenidos al Norte es, para nosotros, tan ininteligible como para una sueca toda la filmografía de Paco Martínez Soria. Conviene dejar de lado ya de una vez cierta visión candorosa de la globalización y entender que, sí, que Spain is diferent, pero también que France is diferent, que la Conchinchina is diferent... Conviene empezar a admitir que, por mucho internet y mestizaje, el localismo en su sentido cultural (y lo que es peor, político) es un elemento intrínseco de los pueblos y villorrios que forman nuestro planeta enfermito. Y consecuentemente, del visionado de Bienvenidos al norte tan solo puede extraerse una conclusión: qué idiotas que son estos franceses. Conclusión, por cierto, que sirve en realidad para enmascarar eso que, como octava potencia económica del mundo en crisis, no queremos admitir: qué idiotas que somos nosotros viendo lo idiotas que son los demás.
Pero, bueno, sigamos mirando hacia fuera porque, qué narices, resulta reconfortante descubrir que también allende los Pirineos y en pleno siglo XXI se sigue fabricando cine chusco destinado a explotar los sentimientos más primarios del público al que va dirigido. En este caso, se trata de sacarle punta cómica (con un sacapuntas poco afilado, por cierto) al conflicto cultural-regional francés, conflicto entre el sur caluroso y civilizado y el norte frío y troglodita. Conflicto, curiosamente inverso al nuestro, que consiste en contraponer el centro y norte cultos y cosmopolitas con el sur paleto y que, en palabras recientes de la gran Montserrat Nebreda, tiene un acento que parece un chiste. ¡La que se ha montado con este desliz de sinceridad clasista y, en cambio, resulta que esa misma idea ha servido para que Bienvenidos al Norte se haga de oro en la taquilla! Y nosotros, claro, nos reiremos viendo esos chistes subinteligentes que llenan el film de norteños cejijuntos, tendencia al alcoholismo y afición al queso de aroma narcotizante. Definitivamente, Bienvenidos al Norte, con su historia del funcionario sureño obligado a viajar a un pueblecillo cercano a Lille, certifica que el verdadero cine francés está más allá de Godard y más acá de Nebreda y Santiago Segura. Certifica, como decía, que estos franceses son idiotas, como nosotros, pero a su manera.
En todo caso, quiero apuntar dos reflexiones sobre el estreno de este fenómeno comercial que, producido por Canal + Francia, está recibiendo aquí todo el eco mediático de los medios afines, esos medios que cuando se trata de la pela parecen dejar de lado su halo intelectual para bajar finalmente a las arenas del populacho. La primera reflexión consiste en constatar que una industria audiovisual fuerte no se basa, como algunos quieren hacernos creer, en su excelencia artística, sino en la capacidad de esparcir su detritus fílmico de manera perfectamente estudiada. Por eso el cine norteamericano es potente: porque nos cuela, semana sí y semana también, historias incomprensibles para nosotros de papaítos que van a los partidos de béisbol de sus retoños; por eso el cine francés es potente: porque nos cuela con cierta asiduidad productos tan localistas como Bienvenidos al Norte sin que, por ello, se le caiga la cara de vergüenza.
Digámoslo ya: para soportar esta comedieta previsible, superficial, ñoña y aburrida es necesario ser francés: à la merde con aquello de que el cine es el lenguaje más universal. Si usted no guturaliza las erres a duras penas conectará con el 10 por ciento del film.Y finalmente, la segunda reflexión: de ese 10 por ciento que, quizás, consiga atraer su atención, poco va a aprovechar porque Bienvenidos al Norte es algo peor que un chiste malo: es un chiste malo con mala conciencia por serlo. Porque, me sinceraré, me resulta mil veces preferible el cazurrismo en estado puro, sin cortapisas, que el cazurrismo bienintencionado y aspirante a resultar simpático. Y es preferible porque el primer cazurrismo, el que va a saco, a hacer sangre, es el único honesto, el único que realmente puede decirnos algo de nosotros mismos. En cambio, Bienvenidos al Norte se apunta a la extrema cobardía inherente a la corrección política que todo lo invade. Y en lugar de meter el dedo en la llaga para reírse, aunque sea amargamente, de la repulsión prepotente que nos provoca el otro, monta un azucarado discursito sobre el entendimiento de los pueblos y las culturas. Discursito emponzoñado, por otro lado, ya que la cinta pretende mostrar al mundo que hasta los más borricos tienen su corazoncito. Constatación que, no me lo negarán, continúa dividiendo la realidad en dos: de un lado yo, y del otro los borricos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Curro dijo...

Ya. Bueno. Pues será todo lo lamentable que te de la gana, pero a mí me ha parecido tierna y entrañable, lo que, quieras que no, busca mucha gente a la hora de ir al cine con la familia. Que no estamos todos como para una Celda 211 a la semana, ¿no crees?.
El haber vivido en Francia un par de años seguro que ayuda a apreciarla más, sí, pero el vivir en España toda la vida no te prepara de ninguna manera para tragarte todos los Torrentes.
Mírate un día Ratatouille, y reflexiona sobre lo que escribe Anton Ego en su última crítica al restaurante de Gusteau. Y aplícate el cuento... que pareceis unos amargaos todos, coño.
Un saludo, y gracias por escribir... en serio.