Había una vez un instituto de adolescentes y adolescentas alemanes y alemanas que albergaba en su interior púberes en la edad del pavo. Tenemos a un macizorro que participa en el equipo de waterpolo y que está enamorado de una compañera díscola e independiente, pero él quiere formar una familia (el pobre es huérfano, o algo así) y ella quiere viajar a Barcelona ("ciudad de artistas", sic). Entre sus compañeros encontramos a una hippie libertaria con rastas, a un pobre muchacho objeto de todas las mofas y, claro, a los rebeldillos de la clase, que le dan a la marihuana y el skate. ¡Ah, sí! Aparece también un profe que pretende enseñarles qué es la autocracia utilizando métodos, digamos, prácticos.
Tranquiliza comprobar que no solo en España tenemos esta persistente manía de mirar al pasado sin ningún valor, poniendo vendas antes de encontrar las heridas. Si con La buena nueva convertimos la Guerra Civil en un melodrama de amoríos con cura en medio, los alemanes consiguen transformar el nazismo en un peli de instituto, a medio camino entre la iconografía videoclipera yanqui y el dramatismo de cartón piedra de El internado. Estimados lectores, si han conseguido permanecer inmunes a esa maquinaria promocional que nos ha vendido La ola como una reflexión sobre la posible vuelta del totalitarismo en Alemania, quizás no sepan eso, que La ola va de un experimento pedagógico que se le escapa de las manos al profe y que convierte a todos los alumnitos en führers potenciales. Quizás sí hayan oído que la película ha sido todo un fenómeno en Alemania aunque, visto lo visto, uno piensa que su éxito en taquilla responde en realidad al estilo MTV de la propuesta, con su musiquita guitarrera, sus niños y niñas cañón y esa descripción de la vida colegial que, vaya usted a saber porqué, tan poco se parece a la real, pero tan atractiva resulta (quizás por idealizada) para cierto público acnéico.
Así que pretender colarnos La ola como una reflexión sobre la latencia del nazismo en nuestro mundo actual es, además de falso, un insulto a esa joya llamada La cuestión humana que estos días comparte (muchísimas menos) pantallas con el film que nos ocupa. Déjenme hacer de profe y hagan los siguientes deberes: comparen el sustrato ético de La ola con el de La cuestión humana, dos acercamientos a la sombra larguísima de Hitler, y descubrirán la diferente entre un decorado del far west en Almería y el gran cañón del Colorado. Si La cuestión humana ahonda en la (per)versión moral del nazismo, La ola se queda en los uniformes, las consignas de pacotilla y los saludos. Y aún así, todo ello se trata con una superficialidad que no puede ocultar en realidad el miedo a mirar al monstruo de cara. Es sintomático que en la escena en la cual los muchachos del cole eligen el saludo para identificar al grupúsculo que han creado, repasen gestos “históricos” como el puño cerrado o los movimientos de dedos al estilo Ronaldinho o Eminem, pero nadie recuerda esa palma de la mano extendida que a todos nos viene a la cabeza cuando pensamos en el asunto. Qué poca valentía, tratándose de una película que dice hablarnos de la posibilidad del renacimiento de ciertas formas aborrecibles y bien fresquitas en la memoria.
En fin, que La ola es al final la aventurilla pasada de rosca de un grupillo de chicos y chicas díscolos e inmaduros que, mientras tanto, dirimen sus escarceos amorosos y buscan su lugar en el mundo. Porque, como manda el manual del buen guionista, cada personaje de esta historia coral tiene un trauma que superar, una debilidad que supuestamente lo humaniza y lo acerca emocionalmente al espectador. Acercamiento ciertamente difícil, sobre todo cuando, en los “momentos serios” del guión, se despachan diálogos ¡en la discoteca! de la siguiente profundidad:
-¿Contra qué tiene una persona que rebelarse hoy en día? De todas formas, ya nada tiene sentido, ¿verdad? La gente ahora solo piensa en su propio placer. Lo que le falta a nuestra generación es una meta conjunta que nos haga una piña.
-Son los tiempos que vivimos. Mira a tu alrededor. ¿Quién es la persona más buscada en Internet? La maldita Paris Hilton.
Tal cual lo trascribo para que ustedes y ustedas puedan hacer lo que no hace el director: reírse a carcajadas ante la perspicacia de estas líneas de diálogo y, por extensión, de la tesis global del film.Una tesis por otro lado ciertamente confusa, como siempre que uno entra en estos jardines con la intención de pringarse lo menos posible. Lo que viene a decirnos La ola es que todos, como masa, somos manipulables. Pero paradójicamente, parece inferirse de la trama que nuestro sentido último como seres humanos, la manera de crecer como personas, es a través de la masa en versión rollete solidario. Eso sí, que luego venga un tipo sin escrúpulos y nos coma el tarro, ah, eso es una cosa muy mala que dice bien poco de ese tipo sin escrúpulos. Ya que, como todo el mundo sabe y a todo el mundo le gusta creer, el Holocausto fue cosa de Hitler y unos cuantos iluminados. ¿Nuestra responsabilidad como masa? Ninguna, pobrecitos de nosotros.
viernes, 5 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Ya veo, compañero, que no coincidimos lo más mínimo en la apreciación sobre la película; de todos modos, tu visión me parece bien reflexionada y argumentada, aunque no deje de ver en ella un cierto resabio contra la posibilidad de que una película que pretenda inducir a una reflexión sobre un tema de cierto calado tenga que ser, sí o sí, un peñazo infumable desde el punto de vista formal. O, a lo mejor (o lo peor), es que soy demasiado indulgente con la comercialidad de la propuesta (mucha, innegable); o que me pilló el día tonto, también cabe la posibilidad.
En cualquier caso, me parece muy interesante tu planteamiento, y procuraré seguir atento a tus reseñas.
Saludos cordiales.
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