lunes, 8 de diciembre de 2008
Corazones rebeldes
Motivos para verla
1. Por los abueletes y el profe:
Esta coral formada prácticamente en su totalidad por octogenarios es, independientemente de su afición al repertorio rockero, todo un microcosmos humano que merece atención. Su manera de enfrentarse a la música es, a la vez, su manera de enfrentarse a la vida: por encima de ataques al corazón, cánceres y dolorosas desapariciones, el show debe continuar. Y aunque suene a tópico, ver la cohesión del grupo, su mutuo respeto alejado de la competitividad y, sobre todo, escuchar el humor teñido de negro con el que todos afrontan su luminoso crepúsculo vital es toda una lección de profunda humanidad. Sarcásticos, divertidos, comprometidos e incluso salidorros, estos abueletes están de vuelta de todo y viven esta segunda juventud con los pies en el suelo, sin el descerebramiento típico de estos tiempos tan peterpanescos. Toda una lección que se refuerza con la presencia de Bob Cilman, director musical de la coral que, además de hacer de puente generacional con la música del siglo XXI, trata a sus pupilos con respeto no exento de dureza. Los trata, en definitiva, como personas, no como inválidos.
2. Por el repertorio:
El film documenta los ensayos de la gira americana de Young@Heart, y sobre todo la dificultosa incorporación de tres nuevos temas en el repertorio: Fix you, de Coldplay, Yes We Can, de Alain Toussaint y Schizophrenia... de ¡Sonic Youth! Ver precisamente la cara de los abuelos cuando escuchan por primera vez el tema de los reyes del noise es uno de los momentos más hilarantes de la película. Y aunque esto pueda hacer sospechar que toda la operación va de reírse de unos yayetes haciéndose pasar por punkies, la realidad es bien diferente: los arreglos musicales huyen del efectismo para buscar las texturas más cálidas, y las letras de las canciones escogidas se redimensionan, toman un nuevo sentido al ser cantadas por personas con el peso de toda una vida a sus espaldas. Nunca The Clash, Bowie, Talking Heads o Bee Gees habían sonado tan diferentes, tan nuevos.
En definitiva:
Con sus espectáculos, los componentes de Young@Heart demuestran que el rock no es una cuestión de edad, sino una actitud. Como dice uno de los abuelos, "cantamos fuerte y potente para no oír el crujido de nuestros huesos", una definición perfecta para un tipo de música que siempre ha reivindicado la radicalidad de la energía juvenil como motor vital que no tiene porqué agotarse con los años. Compruébenlo sintiendo la fuerza de la interpretación de Fix up, con bombona de óxigeno incluida. ¿No les recuerda a los American series, los discos de versiones que Johnny Cash grabó durante los últimos años de su vida?
Motivos para no verla
1. Por condescendiente:
La pesadísima voz en off del director del documental se encarga también de entrevistar a los yayos y, en cada pregunta o acotación, se cuela ese molesto tonillo paternalista del que trata a los ancianos como niños pequeños. La mirada del documental contradice el espíritu del proyecto Young@Heart: solo hay que ver esos penosos videoclips que, con dudoso sentido del humor, convierten a los abuelos y abuelas en hijos de la estética MTV. Todo el respeto con el que Bob Cilman trata a sus protegidos se pierde en un film tramposo y con un objetivo más cercano a reírse "de" los yayos que a reírse "con" los yayos. Afortunadamente, la realidad es muy tozuda y con poco más de dos frases ante la cámara, muchos de ellos dejan en evidencia la bisoñez de quien los está filmando.
2. Por sensiblera:
Como documental, Corazones rebeldes no pasará a la historia del género, dada su vulgar factura y su poca capacidad para estirar de todos los hilos de reflexión que apunta. Seguramente tampoco lo pretende, ya que a medida que avanza el metraje queda más claro que aquí, de lo que se trata es de buscar la lagrimita fácil aprovechando que, vaya usted a saber por qué, los niños, los abuelitos y los animalitos siempre despiertan nuestra ternura. La visita de la coral a una cárcel desprende un buenrollismo forzado que, por facilón y sensiblero, le quita fuerza a la verdadera energía positiva que da sentido al trabajo musical de los protagonistas. Por momentos, Corazones rebeldes parece jugar en la liga de la academia de Operación Triunfo. Una lástima, porque la experiencia vital de estos abuelos y abuelas merecía un tratamiento menos dramatizado y más honesto y profundo.
En definitiva:
El documental insiste una y otra vez en la idea de que la música es una energía que mantiene vivos a los protagonistas, pero su discurso es tan superficial y repetitivo que a veces suena a mensajito de gabinete new age de musicoterapia. Qué lejos está Corazones rebeldes de, por ejemplo, Buena Vista Social Club, éste sí un documental ejemplar que unía vejez y música con el respeto que ambas merecen.
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