viernes, 12 de diciembre de 2008

Crepúsculo

¡Qué dura es la vida de los padres en las películas americanas!: le das a tu hijita todo tu cariño, le enseñas a trinchar el pavo para que sea una ama de casa decente y, cada noche, la colocas en tu regazo para leer juntos la Biblia, ¿y qué te da ella a cambio? Disgustos, solo disgustos: o se lía con un negro y te lo trae a cenar, o se apunta a una pandilla de rebeldes sin causa. O, como en Crepúsculo, se echa de novio a un vampiro que se alimenta de la sangre animal, aunque en realidad no le haría ningún feo a una buena yugular humana.
De todos modos, viendo esta películilla basada en un best-seller de saldo y convertida, vaya usted a saber por qué, en fenómeno de masas adolescente, la Paternal América Profunda puede dormir tranquila: sí, los muchachos que se llevan a nuestras hijas pueden tener el colmillo un poco afilado, pero su aspecto de tontolabas y un funcionamiento neuronal ad hoc los convierten en tipejos sanotes a los cuales es fácil disculpar ese look a medio camino entre James Dean y el cantante de The Cure. Sí, lectores y lectoras amantes de la ultratumba, estos nosferatus adolescentes que seducen a nuestras jovencillas dan mucha risa con su palidez de Maybelline, sus labios rojos Margaret Astor, su eyeliner MaxFactor y esa mirada perdida que algunos quieren vendernos como seductora y que en realidad explicita la oquedad mental que albergan sus cráneos de modelitos de pasarelas.
El chupasangre protagonista es tan tierno, es tan fofo, es tan de esta nueva generación de niños sensibles con los pantalones caídos, que resulta imposible encontrarle un sitio en el árbol cinéfilo-genealógico de la estirpe macarra-salidorra iniciada por Christopher Lee. Así que papis, tranquilos, que los vampiros ya no están aquí para abrirnos las puertas del lado oscuro, ya no representan ninguna ruptura con nada, ya no se pierden por laberintos de pasión orgiásticos-eróticos a golpe de mordisco. No, en Crepúsculo ha nacido el nuevo muerto viviente, la sublimación de cierto imaginario femenino bastante carca creado y difundido desde los púlpitos más neocon: se trata de que el chavalín las ponga como perras en celo (o esa fue mi impresión durante la proyección), pero que no pase del piquito para evitarnos caer en las redes de eso tan sucio llamado deseo y que convierte el sexo (bueno, aquí el mordisco) en un pecado mortal, en una guarrada que ensucia el amor puro en lugar de culminarlo. Para dejarlo clarito: este nuevo vampiro es la desarticulación de todo lo que representa el vampiro clásico (la atracción del abismo, el poder del placer sin límites) del mismo modo que la discografía completa de El Canto del Loco desarticula la rebeldía juvenil que alguna vez albergó el rock'n'roll.
Definitivamente, los padres americanos lo tienen mucho más fácil desde que triunfan como modelo culturales estos gamberretes de pacotilla, rebeldillos de postal que rondan a sus hijas, pero que en el fondo luchan cristianamente por llegar vírgenes al matrimonio. Y, bueno, si no es el caso siempre nos quedará un buen spray antivioladores. Así protege el padre del film a su hija púber, una protección que, ¡dónde va usted a parar!, resulta mucho más taxativa (y cómoda) que la de, por ejemplo, los padres españoles, habitantes de sociedades permisivas y libertinas que, como castigo, tienen ahora que aprenderse un rap ridículo para explicarles a sus retoños las ventajas de ponerse el condón.
Todo el trasfondo de Crepúsculo es, en definitiva, una milimétrica operación destinada a comerle el tarro a nuestros jovenzuelos de hormonas alteradas. No está lejos de aquellas películas “educativas” que tan de moda se pusieron en las escuelas yanquis en los años cincuenta, aunque en este caso la moto se vende a través de un look de apariencia trasgresora. Trasgresión de tintes góticos bien medidos y políticamente correctos, eso sí. No vaya a ser que algún espectadorzuelo se nos tuerza y le dé por aficionarse a la estética de las películas perversas y amorales de Tim Burton.Y si el fondo del film es de un empozoñamiento peligroso, la forma a duras penas supera el ridículo de una telenovela. Crepúsculo está llena de ese kitsch involuntario que busca desesperadamente el romanticismo para quedarse en la pura postalita publicitaria. Pues aquí se ama, se camina, se sufre o se lucha como en un videoclip o un anuncio de Dolce&Gabbana. Pura pasión de compra y venta, objeto de consumo controlado y controlable que para nada proporciona aquel placer secreto nacido del deseo culpable de ser mordidos/as por Drácula. De ser inoculados por el virus de la rebeldía definitiva: el poder de la eternidad. Ese poder que solo pertenece a los muertos vivientes y al que nunca podrán aspirar los muertos en vidas que pasean su juventud marchita por las nieblas de parque temático que envuelven Crepúsculo.

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