martes, 19 de mayo de 2009

Emma Thompson en "Nunca es tarde para enamorarse"

"ESTO NO ES LA VIDA REAL"
(Le damos toda la razón a la protagonista, entre otras cosas porque Nunca es tarde para enamorarse no tiene nada que ver con el mundo de ahí fuera, que desde luego puede ser muy bonito, romántico y feliz, pero nunca tan pasteloso como se muestra en el film. Por esta historia de amor entre dos maduritos a los que se les acaban las oportunidades no discurre ningún hálito de vida; está toda ella sustentada en la acumulación de tópicos y códigos emocionales que, ya desde el principio del cine, dejaron de ser reflejo de la realidad para ser, únicamente, reflejo de ellos mismos.

Por mucho que el director Joel Hopkins se empeñe en hacer pasear a Dustin Hoffman y Emma Thompson por Londres, por mucho que intente encender la misma llama que Linklater prendió en los paseos parisinos de Antes del atardecer, nada de nada. A Nunca es tarde para enamorarse te la miras no como una historia de amor, sino como una película de amor, y desde esa posición es posible echar alguna lagrimilla, pero no emocionarse sinceramente.

No le quitaremos a la cinta el mérito de la efectividad. Acumulando uno tras otro, sin sonrojo, todos los tópicos imaginables, Nunca es tarde para enamorarse construye un relato de eficacia comprobada, un pastel de buen aprendiz de repostero que ha sabido medir y mezclar bien todas las proporciones necesarias de
-humor (Dustin haciendo el ganso, siempre a un paso de Rainman),
-elegancia (Emma forever!),
-romanticismo de manual (¡si hay hasta un piano para tocar jazz satinado!),
-kitsch (no falta una boda y su consiguiente sesión de tiendas a la búsqueda de vestido)
-y ese patetismo gagá que siempre provoca simpatías, pese a arrastrarte sin contemplaciones por los lodos de la vergüenza ajena (la parejita protagonista bailando al son de unos músicos callejeros).

Todos son ingredientes de una fórmula que Joel Hopkins amasa con eficacia y que, sobre el papel, no va más allá del producto para yayas, ese subgénero que habitualmente pasa desapercibido entre la avalancha de ruido teen y palomitero pero que, tal y como están las cosas, parece el asidero más rentable para mantener viva la entelequia a la que llamamos sala de proyecciones. Sin embargo, hay algo que de pronto brilla en esas imágenes re-vistas y en esos diálogos re-escuchados. Algo que, tratándose de una película que prefiere ser ficción a buscar un soplo de verdad, no podía llegar de otro ámbito que no fuese el de los mentirosos profesionales. O sea, el de los actores. Y es que la profesionalidad, el saber estar y la química entre Emma Thompson y Dustin Hoffman tiran de toda la cinta con una energía indiscutible, hasta tal punto que uno acaba creyéndose a estos dos liantes que, evidentemente, están en un productillo como este por la pasta, pero que a diferencia de muchos colegas, lo disimulan muy, pero que muy bien.)

2 comentarios:

Josep dijo...

Supongo, por lo que dices, que es otra muestra más del cementerio de elefantes al que se ven abocados buenos intérpretes que no hallan tramas interesantes, en buena parte porque no hay guionistas interesantes.

Saludos.

p.d.: casi me pierdo este comentario, al ver aparecer el siguiente; mala idea publicar dos en el mismo día; lo digo sin ganas de molestar, que conste.

Morel dijo...

A mi Emma me parece una gran actriz...Dustin me carga mucho, la verdad..¿por qué será qué todos los grandes actores de los 70 han acabado cargándome? Nicholson, pacino, De Niro, Hoffman....si no fuese por Pajares...