martes, 5 de mayo de 2009

Déjame entrar


Tres motivos para ir a verla

1. Por perversa

Ante ese peligroso cine de certidumbres que se nos acerca con la intención de ganarnos para su causa, Déjame entrar propone un ejercicio mucho más arriesgado y honesto: incomodar al espectador para que, a cada momento, repiense lo que está sintiendo hacia los personajes y sus comportamientos. En esta historia de amor preadolescente entre un niño maltratado por sus compañeros de clase y una joven vampiro, la violencia y la crueldad (nunca explícitas, y por ello más terribles) son formas institucionalizadas para unos, inevitables para otros, de convivir. Y por momentos nos vemos, no sin sentir cierto resquemor culpable, apoyando a esta pareja que, inevitablemente, ha de matar para que viva su amor. De este modo, el miedo que produce el film no nace tanto de la intriga como de la creciente perversidad que vemos crecer en nuestro interior y que, como corresponde al buen cine, nos enfrenta, nos dice mucho de nosotros mismos.

2. Por su acercamiento a la adolescencia
La conflictiva etapa que cubre el paso de la infancia a la adolescencia es un terreno sobradamente abonado por el cine. Y volverse a enfrentar a esos miedos da, la verdad, un poco de pereza pues hasta cierto punto ya parecía estar dicho todo al respecto. Sin embargo, Déjame entrar aporta un nuevo elemento a esa reflexión, un elemento que pocas veces habíamos visto aparecer con tanta claridad en una pantalla. La cinta nos acerca al primer amor como ese misterio aquí destructivo y adictivo, pero también nos describe el conflicto entre padres e hijos no como la típica confrontación generacional, sino como un proceso de destrucción casi mecánico, biológico: el crecimiento de los hijos significa la muerte de los padres, y de este modo, Déjame entrar es como el famoso Saturno devorando a un hijo, de Goya, pero al revés. En la magnífica escena de la niña-vampiro visitando a su padre hospitalizado se resume toda esta idea de la manera más emotiva, trágica y contundente que se pueda pensar.

3. Por reformular el vampirismo
De todo lo anterior nace una nueva manera de moverse en el universo del mito vampírico. Una manera que recoloca a este arquetipo cultural en el papel que, desgraciadamente, le había arrebatado la pésima Crepúsculo. Un papel, que como decíamos, consiste en despertar nuestro lado oscuro para hacernos conscientes de esas tinieblas que cargamos a diario y que nos negamos a admitir a través de esa ilusión a la que llamamos civilización. Pero, además de añadir una nueva capa al substrato vampírico, Déjame entrar juega con sus reglas de manera original y novedosa. Cuando la niña entra en casa del protagonista sin ser invitada, lo hace como un acto de amor, como un sacrificio que le provocará violentas hemorragias. En esos planos se resume a la perfección toda la esencia de la película: está ahí, como diría Eugenio Trías, la demostración palpable de que "lo siniestro constituye condición y límite de lo bello".

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