jueves, 6 de agosto de 2009

Dileep Rao en "Arrástrame al infierno"

"TE SORPRENDERÁS DE LO QUE ERES CAPAZ DE HACER."

(...para librarte del diablo, deberíamos añadir, pues esa es la frase completa que le dice un vidente a la protagonista de Arrástrame al infierno. La pobre es víctima de una maldición y, tras consultar numerosa bibliografía, el medium le propone medidas muy extremas para poderse zafar del mal fario. De todos modos, hemos acortado la frase porque así, más generalista, menos contextualizada, sirve a la perfección para resumir las pretensiones teóricas del nuevo film de terror de Sam Raimi.

Sí, han leído bien: hemos puesto "pretensiones teóricas" junto a "film de terror" y, ¡albricias!, no se han oído carcajadas de fondo. Lo que hasta hoy parecía imposible (inteligencia + cine de miedo desacomplejadamente palomitero) se hace realidad en esta gozosa serie B que bien podría formar parte de un especial de la mítica serie The Twilight Zone. ¿La recuerdan? Sus cuentos fantásticos tenían el poder de inquietarnos con cuatro duros, sobre todo porque confiaban en destilar el terror a partir de la trama, los ambientes y los personajes, y no a partir del cansino recurso del psicópata-acuchillador-a-ritmo-de-videoclipantes-flashes-audiovisuales.

Arrástrame al infierno, en resumen, juega en la liga del fantástico entendido como herramienta para reflexionar sobre nuestra naturaleza, y no como excusa para montarnos en un túnel de terror plagado de sustos baratos. Por eso, la película atrapa: te interesa lo que le ocurre a los personajes y, volviendo a la frase que encabeza el texto, te enfrenta a esa parte no demasiado agradable del ser humano, la que es capaz de hacer cosas que nunca hubiese imaginado. Cosas que, en el fondo, responden a ese egoísmo salvaje que nuestra sociedad actual ha convertido en "valor en alza". Así pues, que nuestra protagonista trabaje en un banco (o sea, en una sede de ladrones extorsionadores convertidos en "necesidad social") no es desde luego una idea argumental gratuita.

La película, por tanto, tiene mucho de cuento moral, y esa base es la que aporta solidez al resto. Un resto que no es moco de pavo: es un endiablado carrusel de tensión que, sin renunciar al golpe de efecto gore, entiende la casquería como clímax a un mal rollo previamente cocinado a fuego lento, y no como un fin en sí mismo. A ello debe sumarse un esquinado sentido del humor que ayuda a destensar el ambiente para que, eso sí, lleguemos fresquitos al próximo susto. ¡Qué diferencia con ese cine de terror acumulativo que confía, equivocadamente, más en la saturación que en la dosificación!

Finalmente, esos apuntes cómicos sirven para recordar a los aficionados lo mucho que Raimi le debe a los cartoon de Chuck Jones, cuya cruel manera de mostrar la crueldad con el otro (véase las "caricias" que se prodigan el coyote y el correcaminos) se aligeraba con un corrosivo, anárquico y catártico sentido del gag. Que es lo que, en resumen, podría definir este cruce entre Posesión infernal y Ola de crímenes, ola de risas. Un cruce sazonado con una afinada mirada al comportamiento humano que, incluso salpicado de humor, siempre tendrá un trasfondo realmente terrorífico.)

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