George Clooney actúa a veces como el listillo de la clase, ese tipo arrogante que se sabe el ojito derecho del profe y que, por ello, se permite hacer lo que en otros sería causa de castigo (p.e.: escribir cien veces en la pizarra "no iré por ahí haciendo el idiota"). Sí, Clooney puede ser idiota y nadie le toserá la tontada, sobre todo si, como es el caso de Los hombres que miran fijamente a las cabras, se lleva consigo a otros amigotes aficionados a disculpar su gusto por la juerga borrica con aquello tan irritante de "la autoironía" y el distanciamiento que implica "la mirada intelectual". Así, con ponerle unas gotitas de sarcasmo cultureta y rodarla con un mínimo de dignidad estética, consiguen vendernos como oro la misma mierda que en el fondo facturan los hermanos Wayans y otros estandartes de la comedia chusca. Eso sí, las parodias cinéfilas de los Wayans piensan en, ehem, la diversión de espectador, mientras que Los hombres que miran fijamente a las cabras piensa en la (auto)diversión de esta gauche divine hollywoodiense (solo faltan los Coen), que ha ido creando una peligrosa endogamia de la cual, como ocurre con las casas reales, únicamente pueden salir hijos cortitos.
Claro, es que es muy diferente reunirse en la barra de un bar con unas birras y parir una comedia (ey, ¿y si ponemos a la tetuda de la Pamela Anderson?) que quedar alrededor de un plato de sushi y hacer lo mismo, pero sustituyendo a las pibas por unas cuantas imágenes del cretino de Bush. Sin una intención clara más allá de lo facilón, tanto una como otra táctica darán los mismos resultados: una idiotez. Lo que pasa es que poner a la tetuda de la Anderson está intelectualmente peor visto.
Los hombres que miran fijamente a las cabras no sabe contra qué dispara y, claro, en algún momento da en el blanco. La idea de una organización secreta del ejército norteamericano dedicada a desarrollar técnicas de combate psicológico-pacifistas tiene su qué, pero se hunde en su propia absurdidad. Sin una mesurada combinación de sus elementos, la crítica, por un lado, se vuelve soezmente obvia, y el surrealismo de las situaciones, por el otro, pierde todo su componente transgresor. De este modo, la cinta en cuestión no hace la pupita que pretende, más que nada porque se muestra incapaz de trascender el idiotismo de los personajes y dar más carga de profundad a temas-bomba simplemente apuntados, como el infantilismo de la cultura norteamericana (desde los hippies hasta Star Wars), la paranoia extrema como esencia misma de los ejércitos, o la oscura presencia de las grandes corporaciones capitalistas en todo, todo, todo lo que ocurre a nuestros alrededor.
Eso sí, uno se imagina a Clooney echándose unas risotadas a costa de Ewan McGregor (convertido literalmente en este film en aprendiz de Jedi). O a Kevin Spacey dando gracias al cielo por haberse cruzado en el camino con un director que le deje campar a sus anchas histriónicas (y, por otro lado, nada graciosas). O a Jeff Bridges, quizás lo único salvable de la función, ufano por volver a desempolvar a Lebowski. Entre todos se montan este sarao de agobiante pedantería, pero insultante nadería. Un sarao que significa un paso más en esa supuesta exploración paralela al amercanus stupidus que Clooney lleva ya varios años realizando, muchas veces alcanzado igual o superiores niveles de estupidez que su objeto de estudio. Aunque eso él y su progre pack, claro está, nunca lo admitirán.
jueves, 25 de marzo de 2010
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1 comentario:
OT,
Te felicito por tan excelente blog. Leerlo es una delicia.
¡Saludos!
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