miércoles, 17 de junio de 2009

Terminator Salvation

Lo de situar la acción en plena guerra contra las máquinas era una vieja demanda de los fans de la saga Terminator. Sin embargo, vistos los resultados de esta cuarta parte que, efectivamente, narra el enfrentamiento futuro entre humanos y cacharros, queda claro que pasearse por los aledaños de la trama se convierte en un peligroso error de cálculo. O no, ya que la traición al espíritu de la serie es tan flagrante que uno se pregunta si no será intencionada, si no se habrá planteado este Terminator Salvation más como un spin off que como una secuela.

Y es que en las partes anteriores, ese futuro apocalíptico que aparecía de manera puntual actuaba como pesada sombra, como amenaza latente que permitía dotar de urgencia a las aventuras del presente destinadas a evitar ese mañana de destrucción. Ahora nos encontramos inmersos en eso que temíamos y que, como todo truco de prestidigitación que se desvela, pierde bastante gracia. Más que nada porque desprende la sensación de que no nace de la propia lógica del universo de ficción creador por James Cameron, sino que es el resultado de estirar un chicle al que ya se le sacó todo el gusto y elasticidad en Terminator 3: La rebelión de las máquinas. Para dejarlo más claro, esta cuarta parte es a la saga lo que los dibujillos de las guerras clon a Star Wars: una jugada errónea que se inventa vericuetos y derivaciones, que amplía de manera barrocamente innecesaria todo lo expuesto, con meridiana y rectilínea precisión, en las cintas anteriores. O sea, bienvenidos a los aledaños, como les decía al principio.

El director McG actúa en consecuencia y pone toda su adrenalina visual al servicio de lo que, en el fondo, no es más que un film bélico. Le da a todo un tono muy terroso, sin ocultar su deuda con el look de videojuegos del estilo Medal of Honor, y se olvida de las paradojas temporales que tantas horas de asueto especulativo nos dieron en partes anteriores. Aquí se va directo al grano, sin justificar más de lo necesario los líos de los bucles temporales, amparándose quizás en la carta blanca que dan las nuevas teorías de las realidades paralelas y que mucho más sabiamente supo explotar la nueva entrega de Star Trek.

El problema es que, como peliculilla de guerra carece de épica, y perece atrapada en la fascinación por lo metálico. Producto de ese paseo por los aledaños ya comentado, Terminator Salvation babea con el aspecto cromado de las máquinas, pero el pálpito humano, lo que supuestamente algunas de esas máquinas llevan dentro, es pálido como el tono general de la fotografía. Por momentos, uno no sabe si está viendo máquinas que destruyen trágicamente nuestro futuro o una visita inesperada de los cochambrosos Transformers que tan penosamente ha resucitado el Spielberg en versión pesetera. Para más inri, esa veneración de los pistones y los cablecitos se traslada a la acción y las pertinentes persecuciones avanzan con la precisión de una escalera mecánica: sí, te suben de una planta a otra... pero esa nueva planta resulta no ser demasiado diferente de la anterior, con lo que todo queda en la ascensión propia de un orgasmillo de segunda. Son los problemas de lo mecánico: se nota que, a diferencia de la segunda parte (sin duda, la mejor de todas), la acción, el movimiento perpetuo ya no son el sentido último del film. Ahora, aquí las cosas corren y explotan porque toca, no porque se necesite para algo más que llenar metraje y darle al decibelio.

Vale, los que ya han visto el film me dirán que estoy obviando interesadamente el conflicto emocional que viven los personajes y que pretende reflexionar sobre la condición humana y el poder de las emociones. Ciertamente, algo de eso creí percibir en el argumento de la peli, pero nada de eso me llegó a rozar el corazoncillo, por mucho que este órgano vital tenga una importancia trascendental en el argumento. De hecho, toda esta parte (a priori, la más interesante y coherente con la saga) se presenta como un pegote irrisorio y discursivo que únicamente parece pensado para que Christian Bale ponga su eterna cara de actor shakespeariano (ya nos empiezas a cansar, muchachote). Lo cual, naturalmente, chirría en un mecanismo que, desde su propia concepción, optó por venerar y enfatizar la fascinación por la grasa terminator en lugar de intentar capturar el bombeo y el calor de la sangre humana.

Del pachucho clímax final no diremos nada para no hacer leña del árbol caído, pero permítanme hacer una referencia (y si no quieren saber más de la cuenta, no sigan leyendo) al cameo estelar de Schwarzenegger (o su clon digital). Es una muestra más de la espectacularidad gratuita que campa a sus anchas por una cinta que pretende encontrar su propio camino, pero que continuamente se encuentra con los mismos palos en las ruedas: las tres películas anteriores.

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