lunes, 27 de octubre de 2008

Noches de tormenta

Ahora que reclamar unos mínimos de calidad a las películas es como esperar que Aznar recicle la basura, se impone una táctica para sobrevivir en la jungla del cine: pedir que, cuanto menos, los productos no decepcionen nuestras expectativas. O sea, que si vas a ver una comedia adolescente, con tus palomitas, tu refresco y los coleguis, por lo menos que te ofrezcan generosas dosis de eructos y pedos, que es de lo que se trata. Y si tu apuesta es por el drama romántico protagonizado por dos estrellas maduritas en medio de un paisaje idílico (léase, una playa), que no te torturen con disquisiciones metafísicas al estilo de Ingmar Bergman. Que para descubrir lo chungo que es la vida en pareja ya es suficiente con no salir de casa...

En ese sentido, Noches de tormenta parece tener todo lo necesario para no fallarnos: la nueva peli de Richard Gere y Diane Lane se presenta como un pastelazo, pastelazo escrito por unos guionistas que aprendieron el oficio redactando las frases de las postales de cumpleaños de Hellmark. Y quien no vaya a ver la película teniendo esto en cuenta, que no nos venga luego con quejas porque la cosa supura azúcar ya desde el cartel. Así que, vale, pasamos por taquilla y nos sentamos cómodamente a la espera de las previsibles sobredosis de arrumacos, paseos junto al mar y conversaciones íntimas y supermegasentimentales que demuestran que los yanquis dialogan mucho antes de hacer el amor, pero más bien poquito antes de hacer la guerra.

El problema viene cuando, asumido ya el hecho de que nos colocarán el pastel de siempre, van y nos vienen con bollería barata, en plan Bollycao de esos que por mucho que le hinques el diente no llegas nunca al relleno de chocolate. Y eso sí que no: que te escamoteen la posibilidad de ver un buen drama ya es el pan nuestro de cada día, pero que encima te rebajen la calidad de la basurilla no tiene nombre.

Noches de tormenta, por no saber, no sabe ni hacer llorar. Su incapacidad para emocionar es tan palmaria que incluso cuando tira de las peores trampas sensibleras que se han adueñado del género, te deja con cara de pasmo, por lo mal gestionado que está todo. Y es una lástima, porque reconoceré que la cosa empezaba bien: los primeros encuentros entre las dos almas heridas que interpretan Gere y Lane tienen cierto feeling, se intuye una corriente de emotividad entre los dos que podría hacer creíble su atracción irresistible. Pero entonces, el director parece que mira el reloj, se da cuenta que ya llevaba tres cuartos de hora haciendo eso tan sacrílego e intelectual de "retratar a los personajes" y decide, en mal momento, que conviene darle marcha al asunto.

A partir de aquí, la coherencia emocional deja de importar y se impone la necesidad de azotar el lagrimal del respetable a toda prisa y a cualquier precio. Noches de tormenta ya ni siquiera se dedica, como corresponde a todo buen pastel fílmico, a manipular aviesamente y de manera progresiva el corazoncito del público; prefiere directamente inyectarnos la tragedia vía intravenosa. Lo cual, lejos de emocionarnos, únicamente consigue sumirnos en un estado de shock, ya que todo lo que pasa hacia el final es tan gratuito, tan rastrero y tan metido con calzador que no se lo creen ni los propios actores. La breve aparición de James Franco, por ejemplo, nos hace dudar de si su careto es producto del sufrimiento emocional de su personaje o de la ingestión excesiva de carajillos. Y cuando Diane Lane tiene su inevitable escena llorona, la vergüenza ajena cae como una losa sobre una platea, que lleva ya rato intentado digerir tanta grasa transgénica vendida como pastelería dulce.

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